Hace algunos días, en la exótica y rebelde ciudad de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), tuvo lugar el XVII Congreso Iberoamericano de Derecho e Informática de la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Derecho e Informática (Fiadi). Tuve el honor de asistir como expositor y la suerte de escuchar a algunos de los mejores ponentes del mundo de habla hispana.
Este año, el congreso tuvo un elemento que lo diferenció de todos los anteriores. Por primera vez, su organización no estuvo a cargo de un grupo de juristas, sino que fue encabezado por algunos de los mejores hackers de sombrero blanco (léase “los buenos”). La mesa estaba servida para el debate entre los técnicos y los juristas que, con mucha frecuencia, ven las cosas de distinto modo.
Aquello fue el catalizador para uno de los mejores intercambios de ideas entre los de toga y los de teclas.
¿Qué prima en la persecución de un delito cuyos rastros son digitales? ¿La pureza en la manipulación de la prueba y el debido proceso, o el derecho de las víctimas? En casos de secuestros de menores, ¿hay que esperar a que llegue la orden judicial para proceder con las pericias informático-forenses, o, amparados en una suerte de estado de necesidad, proceder de inmediato por la enorme vulnerabilidad de la víctima? Estas fueron algunas de las preguntas que los asistentes debatieron de manera activa y, no pocas veces, arrobada.
El Derecho y la Tecnología no son ciencias que se mueven de manera paralela, sino que se entrecruzan con mucha frecuencia. El problema es que el primero es una disciplina lenta y casuística que reacciona ante las nuevas conductas, y la segunda es el rabión del cual emergen las conductas.
En octubre de 2014, Costa Rica será la sede del próximo congreso de la Fiadi, y desde ahora, se extienden los manteles para una deliciosa porfía a la cual estamos invitados todos los sujetos de la sociedad civil.