Este domingo 16 de diciembre algunos tuvieron la oportunidad de ver al cometa más brillante de la historia llamado el Cometa de Navidad. Difícil de ver a simple vista por la contaminación lumínica de nuestras ciudades, pero fácil de seguir en redes e Internet el cometa nos recuerda la conjunción de lo real y lo virtual. Lleva el nombre de su descubridor en 1945, tiene una órbita de poco más de cinco años y viene de la nube de Oort que contiene miles de millones de otros cometas.
El cometa tiene un verde esmeralda y nos llega en un año de expansión digital sin precedentes y en el que el cambio tecnológico continua su aceleración implacable. Las distancias se acortan y tenemos la posibilidad de ver el mundo a través de un calidoscopio de pantallas, todas digitales y todas casi omnipresentes, ya sea en el celular, en el reloj, en el computador nos acercamos a la noticia, o al evento, o los amigos virtuales, a la historia pasada o al futuro lejano.
Paradójicamente el tiempo también se acorta… el tiempo se nos esfuma en un humo de cristales digitales, y es así como no tenemos tiempo para nuestros vecinos (los de carne y hueso), ni para nuestros abuelos, ni para nuestra familia cercana.
Estamos tan conectados con todos que nos hemos desconectado de lo cercano, del prójimo, de lo importante. Estamos tan a gusto con el resplandor de las pantallas que ya empieza a incomodarnos el brillo de los ojos de los otros, de los no virtuales, de los seres que gravitan a nuestro alrededor.
Puedo dar 1.000 clics… pero me cuesta dar veinte pasos para abrazar a mis padres o besar a mis hijos o darle la mano al vecino. Paradoja virtual y retorcida del avance tecnológico en que nos hemos empeñado. Tengo ojos para todo menos para verme reflejado en el dolor de los otros, en sus miradas o en sus sonrisas. Tengo tiempo para todo lo que sea a través de la pantalla o detrás de una app… pero no encuentro tiempo para verme reflejado en las personas a mi alrededor.
Conquisto el mundo digital y consumo el stream o corriente de memes, mensajes, likes, imágenes y escenas. Pero no me conquisto a mí mismo ni a mis temores.
Se acerca Navidad y tal vez sea el momento de, por un par de días, desconectarme del mundo digital, casi perfecto y virtual y conectar con aquellos con los que solo puedo conectar con un abrazo, un beso, una caricia o una palmadita. Tal vez mi ego no sienta la emoción de los likes pero mi espíritu sentirá una sensación diferente y mi corazón latirá con más fuerza.
Tal vez el cometa después de todo nos recuerde a otro que cambió el mundo hace poco más de dos mil años. ¡Feliz Navidad!