A través de la historia se ha visto cómo los países que desarrollan tecnologías disruptivas han obtenido ventajas competitivas, geopolíticas, económicas, comerciales y culturales sobre los otros.
Hoy, dos superpotencias se disputan el dominio de una de ellas: la quinta generación de tecnología móvil o 5G.
La segunda generación permitió los mensajes de texto, la tercera la navegación en Internet, mientras que la cuarta permitió la transmisión de videos. El 5G representa un cambio radical respecto a sus antecesores.
La velocidad de conexión del 5G es 100 veces más rápida y permite multiplicar por 100 el número de dispositivos conectados a una misma base.
La instalación de bases es mucho más sencilla, ya que son del tamaño de una caja mediana, por lo que tampoco se requiere de grandes torres e infraestructura. También reduce el consumo de batería de los dispositivos, generando ahorros de energía de hasta 90%.
La principal ventaja del 5G es que se reduce el tiempo de latencia. Es decir, el tiempo que transcurre entre el envío de una señal y su ejecución por parte del dispositivo. Así, la latencia del 5G es de un milisegundo respecto a los 50-60 de las redes actuales.
Esta capacidad de respuesta instantánea posibilitará vehículos autónomos más seguros, transmitir contenidos con altísima calidad, operar de robots industriales en tiempo real, así como un uso más eficiente del big data, el Internet de las cosas, la realidad virtual y la inteligencia artificial.
Como en toda tecnología, también podría tener aplicaciones militares o de espionaje, las cuales deben regularse estrictamente.
Para impedir la contaminación ideológica de la tecnología, el país debería ser neutral, como es ante conflictos bélicos. Además, debe asegurar una correcta gestión del espectro radioeléctrico.
Los operadores deberían continuar implementando sus redes 5G cuanto antes. Este tren hay que abordarlo pronto.