Bueno, el que engorda es uno, pero saben a qué me refiero con esta expresión: el estrés engorda.
¿Por qué?
Cuando el cuerpo se estresa, produce una hormona llamada cortisol encargada de preparar al cuerpo para huir o para pelear contra la amenaza percibida.
Con ese fin, la hormona provoca cambios, como un estado de alerta que impide dormir adecuadamente, un aumento en la presión arterial y un incremento sustancial en el nivel de glucosa (azúcar en la sangre).
Estos dos últimos cambios tienen el objetivo de que haya suficiente energía disponible para enfrentar la percibida amenaza.
De acuerdo con Frank Suárez, autor del libro El poder del metabolismo, estos niveles incrementados se mantienen así hasta unas ocho horas después del estímulo.
Ese mecanismo tenía mucho sentido en el pasado, cuando la amenaza percibida era un tigre del cual había que huir o un adversario al que había que enfrentar para defenderse, sendas tareas para las cuales se requería energía suficiente y rápidamente disponible.
Pero ahora que la “amenaza” percibida que genera estrés es la presa, el deadline del trabajo que hay que entregar o “la doña que come papaya”, ¿qué hace el cuerpo con toda esa materia prima disponible para crear energía, energía que no se va a gastar?
La almacena en forma de grasa, detalla la especialista en nutrición deportiva Gabriela Fernández.
Ahora, la fuente de estrés puede no solo ser externa, sino también, interna; e incluso, para algunas personas es un estado en el que se encuentran permanentemente, sin percatarse de ello.
Por eso, efectivamente, el estrés hace que las personas aumenten de peso o les dificulta deshacerse de él.
¿Mi consejo? Haga ejercicio de forma regular.
Esto no solo le permitirá usar esas fuentes de energía disponibles e impedir que se almacenen en forma de grasa, sino que le ayudará a eliminar estrés y evitar que la hormona cortisol se mantenga en niveles altos de manera crónica.
¡Hay que moverse!