Uno de los ideales más invocados en esta cuarentena ha sido el de la amistad. “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde” y durante este aislamiento social, se ha reducido la posibilidad física de compartir con nuestros mejores amigos. No obstante, aunque el uso más intenso de redes sociales ha extendido la palabra “amistad”, al mismo tiempo se ha devaluado, y es necesario reescribirla.
La amistad es una realidad tan tangible como el amor. Aunque es un afecto muy noble, que puede florecer o marchitarse, no se reduce a un sentimiento. Para Sócrates, el “amor de amistad” debe ser recíproco, puesto que lleva consigo una correlación de libertades, y se debe velar por el bien la otra persona.
La amistad auténtica supera incluso la presencia física, el paso del tiempo y los defectos ajenos. Es exclusiva e inclusiva: se da de lleno, a la vez que abre el corazón a los demás. Aprecia la diversidad de pareceres y sentimientos, gustos y aficiones; también eleva la autoestima de quien se quiere. Porque es empática, en momentos difíciles procura mitigar o asumir el dolor ajeno.
Barreras para la amistad
Pocas desgracias disuelven tan rápido una relación de amistad como la deslealtad. Herir a quien se quiere, mina la confianza, y una forma de hacerlo es la mentira y la falsedad. La lealtad es el terreno firme sobre el cual transita la amistad, y la hipocresía desvanece cualquier intención, aunque parezca buena. La amistad está abierta tanto a la crítica como al elogio, pero abomina de la adulación.
Otra amenazas de la amistad es la falta de comunicación. Hay situaciones que no se pueden resolver por WhatsApp, sino que requieren una conversación de tu a tu, e incluso personalmente. Así se da espacio a la escucha activa, leer las emociones, interpretar el lenguaje no verbal, sin avasallar, llegando al fondo de una situación, y aceptando o diciendo con humildad lo que se debe corregir.
En la amistad saber perdonar es saber olvidar. Abrir heridas del pasado es tan innecesario como desalentador. Trabajar juntos en un mejor futuro es lo propio de la amistad. Y si la impulsividad causa heridas, se procura pedir disculpas y reconstruir un horizonte más pacífico. De hecho, en la amistad no se juzga a la otra persona, sin antes conocer bien el contexto. Solo entonces se emite un criterio maduro, ya sea para solidarizarse o corregir.
En resumen, la amistad es una donación desinteresada de sí: requiere gratuidad y correspondencia; porque el amor no se exige, se entrega.