Quienes me conocen saben que no soy adicto a la jactancia, el pavoneo, la vanagloria y otros vicios propios del ego y el narcicismo, pero hoy deseo y necesito expresar lo orgulloso que me siento de mi sobrino Matías.
Se trata de un muchacho que recién cumplió 18 años y a quien las noticias sobre las lamentables secuelas del paso del huracán Otto por el norte de Costa Rica, el pasado 24 de noviembre, lo impactaron y tocaron las fibras más sensibles de su humanidad.
"El macho", como le decimos en la familia, no se conformó con lamentar lo ocurrido, sino que de inmediato tomó el teléfono, llamó a su tío Alejandro, quien trabaja en Visión Mundial Costa Rica, y se ofreció como voluntario para ir a ayudar a quienes estaban sufriendo. Estaba dispuesto a realizar las tareas que le encomendaran.
Fue así como cambió, entre el martes 6 y el sábado 10 de diciembre, sus tenis de moda por un par de botas de hule, su tablet —de la que casi nunca se despega— por los sacos que tuvo que cargar y sus camisetas juveniles por un chaleco anaranjado de Visión Mundial.
El primer día lavó varios contenedores que iban a ser utilizados como bodegas y oficinas; el segundo, cargó un contenedor con los kits de limpieza que transportó un camión hasta allá; el jueves, distribuyó esos paquetes en diversas casas de la comunidad Don Chú, en donde se hundió hasta la cintura en un barrial, "me pusieron de apodo charquito"; el viernes realizó el mismo trabajo en la comunidad El Matadero, y el sábado terminó de repartir kits de limpieza y regresó a San José.
"Uno siempre tiene que darle gracias a Dios cuando no sufre tragedias como las de Upala, pero también hay que ayudar al prójimo, más en esta época de Navidad para que no se sientan tan mal", dice Matías, un sobrino que me llena de orgullo porque veo que posee los valores de la solidaridad, generosidad, compasión, empatía, altruismo que han distinguido a nuestro país.
Gracias, "Macho", por enrrollarte las mangas, sudar y embarrealarte. Lo importante es que dejaste tu huella donde más se necesitaba.