
Los malos eran siempre los indios, dirigidos por Toro Sentado, Gerónimo, Caballo Loco, Cochise, Nube Roja, Mangas Coloradas, Halcón Negro, Tecumseh, Satanta y otros jefes.
No había duda de eso, pues eran solapados, traicioneros, sanguinarios, supersticiosos, acomplejados, rencorosos, inmisericordes, subdesarrollados, tenían costumbres extrañas y –para colmo de males– creían en unos dioses que no existían.
Los buenos eran los soldados blancos del ejército estadounidense, liderados por John Chivington, George Armstrong Custer, Henry Atkinson, Henry Dodge, Adam W. Snyder, James Carleton, George Crook y otros comandantes.
Tampoco había duda de eso, ya que representaban al mundo civilizado, eran cristianos, bondadosos, inteligentes, visionarios, excelentes esposos, padres cariñosos, hombres de palabra, ciudadanos de bien y luchaban por los intereses de las mayorías.
Esta es, al menos, la versión en blanco y negro que divulgaban las películas y series de televisión de los años cincuenta y sesenta sobre el Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX cuyo ejército de fuertes, rifles y caballos se enfrentó en múltiples batallas por disputas territoriales a los sioux, apaches, cherokees, cheyennes, navajos, sauc, fox, kiowas, hurones, mingos, mahican, mohawk y otras tribus.
"¿Quiénes son los malos?", preguntaba el niño que acababa de sentarse frente al televisor. "Los indios", era la respuesta habitual. "¿Y los buenos?", interrogaba de nuevo el recién llegado televidente. "Los del ejército, los que llevan uniforme azul y sombrero". "¿Y quiénes van ganando?", tercera consulta. "Por ahora van ganando los malos, pero al final siempre triunfan los buenos".
En efecto, poco antes de que el famoso "The End" apareciera en la pantalla chica o en la del cine los buenos, honrados, rectos, justos, piadosos, humanos, sensibles, caritativos obtenían la victoria.
De inmediato, los niños salían a la calle a jugar "indios contra vaqueros" (palabra, esta última, que se utilizaba como sinónimo de soldado del ejército blanco).
¿Y quiénes ganaban en esas batallas que se libraban entre la panadería de Memo y la pulpería de doña Carmen? Triunfaban los buenos, a como diera lugar.
En la Costa Rica de hoy seguimos con este juego, solo que los bandos en combate son otros: los honestos y los deshonestos, los corruptos y los inmaculados, los que aman Costa Rica y los vendepatrias, los que tienen siempre la razón y los eternamente equivocados, los que piensan igual y los que discrepan, los que representan los buenos valores y los que se apartan de ellos.
¿Quiénes son los buenos y cuáles los malos en este contexto? Depende de quién responda.
En todo caso, esa respuesta es lo de menos, pero –lamentablemente– consumimos nuestro tiempo, energía y razonamiento en ella, en lugar de invertir ese capital en documentar, analizar y discutir los asuntos de fondo para extraer de ello respuestas serias y propuestas concretas.
Pareciera que lo verdaderamente relevante hoy día es determinar si alguien viste penacho o uniforme azul, para, dependiendo de la respuesta, cortarle la cabellera o enviarlo al paredón de fusilamiento.
Lamentablemente, seguimos jugando al bueno y al malo, al indio y al vaquero.