La brújula está perdiendo el norte. Difícil de creer, pero es cierto. Un día apunta hacia el sur, creyendo que es el norte; al día siguiente dirige su flecha hacia el este, imaginando que es el norte, y no faltan las jornadas en las que su dedo índice señala hacia el oeste, sospechando que es el norte.
A veces pasa cerca de su punto cardinal meta, lo ronda, lo roza, coquetea con él y lo sobrevuela, pero vuelve a errar. Una y otra vez pierde el rumbo.
Resulta preocupante pues marcar esa dirección, trazar la trayectoria correcta y dibujar con claridad la ruta a seguir es su razón de ser. Incumplir esa función tan importante equivale a desorientar en lugar de guiar, confundir en vez de dirigir, extraviar y no conducir.
Tan despistado está este instrumento inventado en China que los lunes se viste de reloj, los martes se muda de tacómetro, los miércoles echa mano al atuendo de medidor de presión arterial, los jueves se siente a gusto con la indumentaria de medidor de consumo de electricidad, los viernes se pone el traje de cronómetro, los sábados luce el atavío de medidor de combustible y los domingos utiliza el uniforme de romana de minisúper. Cuanta prenda encuentra se la encarama.
Mientras tanto, quienes dependen de la orientación y el sentido de dirección de la brújula se preguntan: "¿Para qué disfraces sin norte? Lo que se necesita es confianza, no carnaval. ¿Será que tendremos que recurrir de nuevo al milenario recurso de observar la posición de los cuerpos celestes o a la antiquísima práctica de echar una aguja imantada en una vasija llena de agua?"
Claro, lo que más desean es que la brújula recupere el norte, que haga un esfuerzo serio de ajuste y calibración y ayude al país a recuperar el rumbo. ¿Será posible? Después de todo dicen que este instrumento dijo alguna vez: "Cuando me pierda, búsquenme".