Sucedió en la presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) al omnipotente Juan Antonio Samaranch y precedió al actual Thomas Bach: Jacques Rogge, cuyo fallecimiento a los 79 años se conoció este domingo, tuvo un perfil de persona discreta pero emprendió reformas importantes, sobre todo en materia antidopaje.
Fue elegido en 2001, después de 21 años de reinado del español Samaranch, y estuvo en el cargo hasta 2013. Se convirtió entonces en el octavo presidente de una institución minada por sospechas de nepotismo y corrupción.
Los primeros Juegos de su mandato fueron convulsos: Salt Lake City (Estados Unidos) fue acusada de haber pagado sobornos al COI para obtener la cita de invierno de 2002, después de varias candidaturas infructuosas.
En lo referente al dopaje hubo siete casos positivos (tres de ellos de medallistas de oro). Entre 1924 y 1998 solo había habido cinco casos, por lo que el impacto fue enorme.
En plena tormenta, este excompetidor olímpico de vela (tres participaciones en ese deporte, en 1968, 1972 y 1976) eligió un rumbo claro.
"La lucha contra el dopaje puede ser resumida en dos palabras: tolerancia cero", sentenció en 2009.
Con su impulso, los controles antidopaje se multiplicaron en las semanas que precedían a los Juegos Olímpicos. Rogge apostaba abiertamente por la prevención antes de tener que llegar a la represión.
La estrategia no tuvo efecto inmediato. En los Juegos de invierno de Turín-2006 se descubrió un laboratorio de transfusiones sanguíneas en el chalet de fondistas y biatletas austríacos.
Cuatro años más tarde, treinta deportistas fueron declarados 'persona non grata' antes de los Juegos de Vancouver-2010, validando ese enfoque centrado en la prevención.
Además de en la lucha contra el dopaje, Rogge batalló contra unos Juegos demasiado gigantes.
Para evitar revivir el escándalo de Salt Lake City, reformó el sistema de atribución de los Juegos Olímpicos, para dar más transparencia al proceso.
El programa olímpico se limitó, a iniciativa de Rogge, a 28 disciplinas y 10.500 deportistas.
Fue reelegido sin oposición en 2009 y destacó también por querer vivir los Juegos en la Villa Olímpica más que en un hotel, para impregnarse lo más posible del espíritu del evento cada dos años.
El deseo de simplicidad no evitó que Rogge contribuyera a llenar las cajas del COI: en 2014, un año después de su segundo mandato, la instancia con sede en Lausana disponía de una reserva de 980 millones de dólares.
"Un bello legado y sólidos pilares", alabó su sucesor, Thomas Bach.
Pese a que ello le causara ser salpicado por alguna controversia, defendió a menudo que el COI no debía verse mezclado en asuntos políticos.
"El COI es una organización deportiva, no tiene competencias políticas. No puede reestablecer la paz en el mundo, donde los gobiernos o las religiones no lo consiguen", afirmó.
Durante la presidencia de Rogge, Sudamérica consiguió la sede de sus primeros Juegos Olímpicos. Fue en 2009, cuando Rio de Janeiro fue elegida como ciudad anfitriona para la cita de 2016, que se disputó ya con Bach como presidente.
Cuando abandonó el COI, este antiguo cirujano ortopédico se mantuvo fiel a su tradición de discreción y afirmó "no querer ser la suegra" de su sucesor.
Se le vio poco desde entonces, salvo excepciones contadas, como cuando fue a Pyeongchang para animar a la delegación belga en los Juegos de invierno de 2018.
"¿Si he disfrutado? No siempre. ¿Si ha sido emocionante? Seguro que sí", resumía cuando abandonó la presidencia del COI.
Unas palabras que resumían cómo había vivido aquella responsabilidad un hombre más pendiente del deber que del poder.
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