Obligados a abandonar sus hogares cuando estalló la guerra en el este de Ucrania en 2014, tres jóvenes cuentan a la AFP que tuvieron que huir por segunda vez cuando Rusia inició la invasión del país el 24 de febrero.
Eugene Koshin, Kateryna Bosiachenko y Milan Zaitsev viven ahora en Leópolis (Lviv), en el oeste de Ucrania.
Eugene Koshin, un cineasta de 34 años, es oriundo de Donetsk, el centro industrial del este de Ucrania y bastión de los separatistas prorrusos, que en 2014 se declararon "independientes".
Cuando empezó la insurrección, apoyada por Rusia, Koshin estudiaba en Moscú.
Cada vez que visitaba la región, veía cómo se transformaba su ciudad: soldados en las calles, tiros de artillería, un hombre amenazándolo con pistola.
"Todos estos acontecimientos (...) eran como flashes", recuerda. "Realmente era como un montaje (...), como si estuvieras viendo una película".
Ese verano boreal decidió marcharse e instalarse con su familia en Kiev, la capital de Ucrania. "Para nosotros, eran vacaciones largas, muy largas. Puedo incluso decir que aún estamos de vacaciones", ironiza.
En febrero, se enteró de la ofensiva rusa por el llavero de alarma del coche de su padre, que empezó a sonar cuando empezaron los bombardeos, a las cuatro de la madrugada.
Decidió salir de la capital con su familia. "Trato de no pensar, porque si empiezo a pensar, tengo malos pensamientos", dice. "Incluso después de todos estos acontecimientos durante ocho años, esperaba que hubiera límites", cuenta.
Kateryna Bosiachenko, de 20 años, describe la guerra como el fin de la inocencia.
Habla con ternura de su infancia en Debaltsevo, una pequeña ciudad de la región de Donetsk.
Una de sus abuelas criaba vacas, la otra cabras. Ella se pasaba los días nadando en los lagos, cuenta.
Todos los años, el 9 de mayo, cantaba para celebrar el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero en 2014, algo cambió. Cantar en ucraniano se volvió difícil.
Su tío se unió a las fuerzas prorrusas, su padre apoyó a Ucrania.
En junio de 2014, la familia abandonó la casa y se mudó más al norte, en la región de Járkov. Unos meses después, Debaltsevo fue escenario de una de las peores batallas del conflicto.
Cuando la guerra regresó el mes pasado, Kateryna estaba estudiando geografía en Járkov. "Es la segunda vez", cuenta entre lágrimas. Huyó de su casa en coche, luego en tren.
"He sufrido la mitad de mi vida por culpa de Rusia", dice. "Ahora entiendo que será así toda mi vida", se resigna.
Milan Zaitsev, de 31 años, creció en el norte de la región de Donetsk, donde trabajaba como ingeniero.
En mayo de 2014, abandonó su casa después de que hombres armados irrumpieran en ella para interrogar a su familia sobre sus posiciones respecto a Ucrania.
"Pasé página y empecé una nueva vida", explica.
Zaitsev siguió regresando a la región para ayudar a periodistas y organizaciones humanitarias. "Intenté ser útil", cuenta.
En febrero, se topó con la guerra en Kramatorsk, una ciudad del este bajo control de las fuerzas ucranianas.
Decidió regresar a Kiev y dos semanas después, salió hacia Leópolis.
"No creo que me quede aquí, pero no estoy seguro de lo que haré después", añade. "Sólo soy una persona en movimiento", concluye.
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