Cuando el impetuoso Moqtada Sadr levanta el índice y frunce el ceño, Irak aguanta la respiración. Y ahora que su movimiento acaba de ganar las elecciones legislativas de octubre, el aura del líder religioso chiita comienza a extenderse en la arena política, a pesar de sus puntos de vista a menudo cambiantes.
Más que nunca, el exjefe de milicias paramilitares, vestido con un turbante negro que le identifica como descendiente del profeta del islam, Mahoma, se ha convertido en una figura indispensable en las negociaciones para formar un nuevo gobierno, apoyado por su inmensa base popular.
Su movimiento, la corriente sadrista, se convirtió en el principal bloque del nuevo parlamento al pasar de 54 a 73 escaños (de 329) en las elecciones del 10 de octubre, según los resultados desvelados el martes por la comisión electoral.
Moqtada Sadr sabe que puede contar con una amplia franja de la comunidad chiita, la más importante en Irak.
"Es capaz de ocupar la calle y nadie puede hacerle sombra en eso", explica el analista Hamdi Malik, del centro de análisis Washington Institute. "Todo gira en torno a él" en su movimiento.
A pesar de contradecirse y de ser un oportunista de las alianzas.
Durante el gran movimiento de protesta popular en octubre de 2019, Moqtada Sadr envió a sus partidarios a que apoyaran las proclamas de regeneración política de los manifestantes. Para después pedirles que se retiraran.
"Intenta colocarse en el corazón del sistema político al tiempo que mantiene su distancia con él", señala Benedict Robin-D'Cruz, especialista de los movimientos chiitas de las Universidad danesa de Aarhus. "Su posición de dirigente religioso le permite proyectar una imagen de estar más allá de la política".
Nacido en 1974 en Kufa, cerca de la ciudad santa chiita de Nayaf (sur), este hombre de rostro redondeado y barba gris es descrito por algunos de sus colaboradores como alguien colérico.
Proviene de "un linaje de religiosos chiitas, "sayyids" (descendientes del profeta Mahoma), explica Malik, y su padre, asesinado por Sadam Huseín en 1999, es considerado como un "shahid" (mártir), un atributo de gran importancia en entre los chiitas militantes.
Su campaña durante las legislativas se construyó en torno a la lucha contra la corrupción y la reconstrucción del país, así como alentando la fibra nacionalista. Temas vagos pero que federan en uno de los países más corruptos del mundo, según la clasificación de Transparency International.
La invasión estadounidense de 2003 le dio una causa que defender: la "resistencia" armada al ocupante, gracias a su Ejército de al Mahdi.
Aunque disolvió su milicia, de unos 60.000 combatientes, tras el conflicto con las fuerzas del primer ministro, Nuri al Maliki, la volvió a reagrupar al día siguiente del asesinato en Bagdad por los estadounidenses del general iraní Qasem Soleimani, en enero de 2020.
Sin embargo, sus relaciones con Irán son turbulentas.
Aunque adhirió durante la revuelta de 2019 a la línea más proiraní de Hashd al Shaabi, ahora se reivindica plenamente nacionalista.
Moqtada Sadr busca "un acuerdo con Irán que le permitiría competir con los aliados (de Teherán, ndlr) en el terreno político, liberándose de" las facciones proiraníes, apunta Benedict Robin-D'Cruz. Pero para Irán, "no es fiable", añade.
A pesar de los cambios de timón, hasta sus oponentes le reconocen una gran base popular, que le obedece casi con los ojos vendados. Sus partidarios son "trols" habituales de los adversarios en las redes sociales, apunta Hamdi Malik.
gde/tgg/vl/grp/mb