Costa Rica y Colombia suelen aparecer juntas en los rankings latinoamericanos de estabilidad democrática, atractivo turístico e inversión. Pero, ¿cómo se compara el bienestar cotidiano de sus habitantes según la nueva herramienta de la OCDE, el Well-being Data Monitor?
A partir de los indicadores más recientes disponibles, el panorama muestra una fotografía mixta: Costa Rica sobresale en salud, seguridad y menor desigualdad habitacional, mientras que Colombia presenta mejor desempeño en empleo, satisfacción con la vida y dinamismo laboral, aunque con desafíos mucho más severos en violencia, contaminación ambiental y hacinamiento.
Cuando la OCDE toma la temperatura general del bienestar desde 2015, cuenta cuántos indicadores han mejorado, se han mantenido estables o han retrocedido. En Costa Rica, 6 indicadores han mejorado, 4 no muestran cambios claros y 6 han empeorado; en Colombia, 7 han mejorado, 4 no muestran cambios claros y 7 han empeorado. Es decir, ambos países avanzan y retroceden al mismo tiempo, con balances muy similares.
No hay aquí una historia de éxito consolidado ni de deterioro progresivo, sino de cambios fragmentarios que no transforman estructuralmente el paisaje de bienestar.

La brecha de empleo, pero con precio
En términos de inserción laboral, Colombia lleva una ligera delantera. La tasa de empleo colombiana alcanza 71,2% de la población en edad de trabajar, mientras que Costa Rica está en 69%. Parece una diferencia menor, pero en términos de millones de personas representa una inclusión laboral más extensa. Sin embargo, esa ventaja se matiza de manera importante cuando se mira el costo en horas de trabajo: 18,6% de los trabajadores colombianos laboran jornadas de más de 50 horas semanales, frente a 15,1% en Costa Rica. En otras palabras, Colombia logra emplear a más gente, pero exige más horas de vida a cambio.
El ingreso disponible de los hogares refleja otra diferencia. Costa Rica reporta un ingreso de 18.100 dólares en paridad de poder adquisitivo (PPA) en 2021, un dato que Colombia aún no ha reportado en el monitor de la OCDE. En cuanto a la desigualdad de ingresos, Costa Rica muestra un índice S80/S20 de 12,3 en 2023, una cifra que refleja una brecha importante entre ricos y pobres, aunque dentro del patrón que domina en América Latina. Para Colombia, este indicador aún no está disponible en el monitor.
Hacinamiento: el abismo silencioso
Donde el contraste es más brutal es en las condiciones de la vivienda. Solo 8% de la población costarricense vive en condiciones de hacinamiento, es decir, en viviendas donde hay más de una persona por cuarto. En Colombia, esa cifra es de 32,2%. Más de uno de cada tres colombianos vive sobreocupado en su propia casa. Es una diferencia que no aparece en titulares, pero que configura diariamente la vida de millones de personas: niños que estudian en metros cuadrados compartidos, adultos que no tienen privacidad, familias que no pueden aislarse cuando alguien enferma.
Curiosamente, ambos países muestran buenos índices de asequibilidad de la vivienda (83,3 en Costa Rica en 2021 y 84,9 en Colombia en 2023), lo que significa que es relativamente fácil acceder al crédito hipotecario. El problema no es financiar la compra, sino que la vivienda construida o disponible es pequeña, insuficiente. Es un síntoma de urbanización desigual y de presión demográfica sobre el territorio urbano.
Salud: Costa Rica gana por más de tres años
La esperanza de vida al nacer es quizás el indicador más sintético del bienestar acumulado de un país. Costa Rica llega a 81 años en 2023, mientras que Colombia está en 77,5 años en 2024. Esos 3,5 años de diferencia representan el resultado de décadas de mejores condiciones de salud pública, prevención, acceso a servicios médicos y, probablemente, de un entorno menos violento que impacta la mortalidad prematura.
Ambos países enfrentan, sin embargo, un problema compartido y perturbador: las muertes por “desesperación”, es decir, suicidios, sobredosis y muertes relacionadas con el abuso de sustancias. Ambos registran 14 muertes por cada 100.000 habitantes. Es una cifra que debería encender alarmas conjuntas: detrás de esos números hay jóvenes y adultos cuya presión económica, aislamiento social o acceso a drogas fue tan grave que terminó en muerte. Es un indicador que refleja que ni el crecimiento económico, ni la estabilidad política, ni el turismo resuelven por sí solos la crisis de salud mental que atraviesa América Latina.
Educación: ambos se ahogan juntos
Cuando se trata de resultados educativos, Costa Rica y Colombia casi no se distinguen. El 38,1% de estudiantes costarricenses tiene bajas competencias, una cifra muy cercana al 40,7% de Colombia. En la prueba PISA de matemáticas, Costa Rica obtuvo 385 puntos y Colombia 383 puntos en 2022. No son diferencias significativas; ambos países enfrentan la misma crisis estructural: cerca de cuatro de cada diez estudiantes no alcanzan los estándares mínimos de competencia.
Este dato es, en realidad, una llamada de atención regional. No es un fracaso exclusivo de Costa Rica ni de Colombia, sino que refleja un patrón de América Latina donde la cantidad de matrículas ha crecido, pero la calidad ha quedado rezagada. Ambos países tienen sistemas educativos que logran incluir a muchos niños, pero que no logran dotarlos de las herramientas cognitivas mínimas para navegar un mundo más exigente.
Seguridad: el gran abismo
Si bien históricamente Costa Rica y Colombia parecían incomparables en seguridad, la realidad reciente ha acortado esa distancia de forma alarmante. Lejos de la tasa mínima que reportaban datos anteriores, Costa Rica cerró 2024 con una tasa de homicidios de 16,6 por cada 100.000 habitantes, consolidando el segundo año más violento de su historia, apenas por debajo del récord de 2023. Colombia, por su parte, registró una tasa aproximada de 25,4 homicidios por cada 100.000 habitantes en el mismo año.
Esto significa que la violencia letal en Colombia ya no es 40 veces mayor que en Costa Rica, como sugerían métricas pasadas, sino que ahora es menos del doble. Costa Rica vive su propia crisis de seguridad, marcada por la disputa de territorios narco y el crimen organizado, problemas que antes veía como ajenos y propios de sus vecinos del sur.
Este nuevo contexto explica lo que antes parecía una paradoja: que el 48% de los costarricenses sienta miedo al caminar de noche, una cifra casi idéntica al 51% de los colombianos. Ya no se trata de un miedo sobredimensionado en Costa Rica; es un temor que se alinea con una nueva realidad letal. Los ticos se sienten casi tan inseguros como los colombianos porque, en términos de violencia homicida reciente, sus realidades se parecen cada vez más.
Aire y ambiente: Colombia respira más contaminado
Cuando la OCDE mide la exposición a contaminación del aire exterior, el panorama es prácticamente idéntico para ambos países: Costa Rica registra 99,9% de su población expuesta y Colombia 99,8%. Es un empate negativo que revela una verdad incómoda: no existe refugio. Desde las ciudades más grandes hasta los pueblos rurales, casi todos los habitantes de ambas naciones respiran aire que supera los estándares de calidad recomendados por la OMS. No es un problema de un país más contaminado que otro; es una crisis compartida de mala calidad del aire que afecta transversalmente a la población.
Cuando se trata de exposición a temperaturas extremas, el contraste reaparece de manera sorprendente. Costa Rica está notablemente protegida, con apenas 0,3% de su población enfrentando eventos de calor extremo en 2023. Colombia, en cambio, tiene un 12% de su gente expuesta a temperaturas extremas.
Esto significa que mientras ambas naciones luchan por limpiar un aire compartidamente contaminado, Colombia ya enfrenta el impacto directo del cambio climático en forma de olas de calor y desajustes térmicos severos que afectan a millones de personas. Costa Rica, por su geografía o por la protección que su topografía proporciona, ha logrado mantener una estabilidad térmica que la aísla de esos extremos climáticos.
Tejido social: desconfianza democrática compartida
En materia de cohesión social y participación política, las historias son más similares de lo que parecería. Alrededor del 60% de los ciudadanos en ambos países siente que no tiene voz en el gobierno: 62% en Costa Rica en 2023 y 59,9% en Colombia en el mismo año. Es decir, en ambas democracias, la votación existe, las elecciones se realizan, pero una mayoría siente que sus preferencias no influyen realmente en las decisiones que afectan sus vidas.
La brecha en capital social es algo más notable. En Costa Rica, 11,1% de las personas reporta no tener a alguien en quien confiar, mientras que en Colombia esa cifra es de 14,5%. La red de apoyo informal —familia, amigos, comunidad— parece algo más sólida en Costa Rica, aunque en ambos casos hay un porcentaje preocupante de personas aisladas.
La participación electoral es también muy similar: 60,6% en Costa Rica en 2022 y 58,2% en Colombia en el mismo año. Menos de dos tercios de la población vota en las últimas elecciones nacionales en ambos países. Es una cifra que refleja apatía, desconfianza o, en algunos casos, barreras logísticas, pero que deja claro que la democracia no genera entusiasmo masivo en ninguno de los dos.
El dato que sorprende: satisfacción colombiana
Quizás el dato más llamativo del monitor de la OCDE es que Colombia reporta una satisfacción con la vida de 7,92 sobre 10 en 2022. Es una puntuación notablemente alta considerando todo lo que hemos visto: violencia, contaminación, hacinamiento. Costa Rica, tradicionalmente bien ubicada en índices internacionales de felicidad, no tiene un dato reciente comparable en este monitor de la OCDE, lo que imposibilita una comparación directa.
Fortalezas y debilidades: dos modelos de bienestar incompletos
No hay una respuesta clara sobre quién está “mejor”. Costa Rica mantiene ventajas relativas en esperanza de vida y menor hacinamiento, pero pierde terreno rápidamente en seguridad. Es un país donde la vida cotidiana transcurre en un entorno físico más seguro, más largo y menos comprimido.
Colombia, en cambio, logra más empleo, declara mayor satisfacción con la vida y muestra un dinamismo laboral que incluye más personas en la economía formal. Es un país que, a pesar de sus deficiencias estructurales, genera una esperanza o una capacidad de adaptación que se refleja en cómo sus ciudadanos califican su existencia.
Ambos enfrentan desafíos idénticos en educación, donde casi 40% de los estudiantes tiene competencias insuficientes; en muertes por desesperación, con tasas de 14 por 100.000 en ambos; en jornadas laborales extensas que erosionan la vida fuera del trabajo; y en una sensación extendida de que las instituciones democráticas no escuchan a la gente.
El monitor de bienestar de la OCDE no cuenta una historia de éxito ni de fracaso absoluto. Cuenta la historia de dos democracias latinoamericanas que han logrado cosas valiosas, pero que enfrentan límites claros. Costa Rica es más segura, más saludable y menos hacinada, pero convive con desempleados, trabajadores con jornadas imposibles y una clase media que se debate entre la estabilidad y la precariedad. Colombia incluye más gente en el mercado laboral y sus ciudadanos encuentran razones para estar satisfechos, pero lo hacen mientras evitan zonas peligrosas, respiran aire contaminado y duermen en cuartos compartidos.
Si algo queda claro es que el bienestar no es una sola cosa. No se reduce al empleo, ni a la seguridad, ni a los ingresos. Es un tejido complejo donde cada hilo importa: la salud, la seguridad, el hogar digno, el trabajo justo, la confianza en las instituciones, el aire limpio, el apoyo de otros. Donde uno de esos hilos se rompe, el todo se resiente. Y en eso, Costa Rica y Colombia, a pesar de sus diferencias, comparten una tarea común: tejer un bienestar que sea verdaderamente incluyente, seguro y sostenible.
