Su voto vale, dicen los políticos para incentivarle a votar, pero, ¿cuánto es eso?
En un cálculo que tome los ingresos de la municipalidad como punto de partida, el voto de un josefino por su candidato a la alcaldía en el 2010 tuvo un valor de ¢7,1 millones.
Este es el resultado de dividir los ingresos totales del municipio durante los cinco años posteriores a la elección y la cantidad de votantes efectivos.
En el equipo periodístico de EF también nos preguntamos cuánto vale el voto y le dimos vuelta a la pregunta: ¿cuánto poder de decisión sobre el dinero que administra la municipalidad le cede un abstencionista a un grupo de personas que ni siquiera conoce?
El resultado demuestra la brecha que existe entre el poder económico que tendría cada voto en un escenario “ideal”, en el que votan todos los electores, y en el escenario real, en el que votan apenas unos cuantos. Al poder de estos últimos le llamamos “cuota de poder real”.
Los cálculos muestran una brecha en la que el abstencionismo puede aumentar la cuota de poder de un solo votante hasta en un 537% (como el caso de Desamparados).
En San José, otro de los casos extremos, ese valor asciende a los ¢5,8 millones (445%).
Ese dinero representa la cuota de poder que tiene un elector de designar a la persona que gestionará esos recursos durante los próximos seis años.
El abstencionista le cede dicha cuota, a ojos cerrados, a otros votantes.
Por ejemplo, si usted fue un abstencionista josefino en el 2010, le otorgó a alguien más un poder de decisión sobre la administración del dinero municipal cinco veces mayor a la que le correspondería si todos los posibles votantes se acercaran a las urnas.
La experiencia josefina se repite en los cantones más grandes, urbanizados y con mayores ingresos: votan menos y le relegan el poder de ese voto a alguien más.
Otro ejemplo: si usted fue uno de los abstencionistas del Gran Área Metropolitana (que tuvo una participación de solo el 24% en el 2010), le cedió a los pocos que votaron un poder de decisión sobre los ingresos municipales de más de ¢2,1 millones.
Es decir, multiplicó su cuota de poder por cuatro.
En el cálculo, deflatamos todos los números a setiembre del 2015, dejamos por fuera los montos de los concejos municipales y tomamos en cuenta todos los ingresos municipales, aunque no todos se hayan gastado en el mismo periodo analizado (2011-2015).
Los datos provienen de la Contraloría General de la República y del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).
Nación versus cantones
Ese desinterés del elector por votar es mayor cuanto más grande sea y más ingresos tenga un cantón.
En el extremo más elevado está Desamparados, cuyo nivel de abstencionismo (un 84%) dotó a unos pocos electores de una cuota de poder 6,4 veces mayor de la que tendrían si todos votaran.
En el más pequeño se encuentra Hojancha, con un 71% de participación (29% de abstencionismo) y donde cada votante asume una responsabilidad económica muy semejante a la cuota ideal.
La tendencia se mantiene en todo el territorio nacional.
La brecha entre la cuota ideal y la real en las elecciones municipales es mucho más gruesa entre los cantones más poblados y más urbanizados.
Hojancha, Turrubares, Nandayure, Parrita y Alfaro Ruiz son los cantones con menor abstencionismo y, por lo tanto, cuotas de poder mejor repartidas.
A la otra lista la completan cantones como Heredia, San José, Tibás, Goicoechea y Alajuelita, todos centros urbanos.
Estos resultados no reflejan necesariamente un buen o mal desempeño de los municipios.
Por ejemplo, Heredia es el quinto cantón mejor calificado por el desempeño de su municipio según el Índice de Gestión Municipal (IGM). Hojancha, en cambio, ocupa el 73.° puesto en gestión aunque tiene altos niveles de desarrollo humano.
El resultado del análisis de EF también muestra un comportamiento muy distinto del que se evidencia en las elecciones presidenciales, cuando los ciudadanos de cantones urbanos salen a votar más.
El porqué es una explicación que el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) ha tratado de amalgamar desde hace años, y para la cual no tiene una respuesta concreta.
El abstencionismo
Las elecciones municipales no se contagian del barullo y movimiento que provocan las elecciones nacionales.
LEA: Educación e ingreso marcaron el voto
Cada cuatro años, la política empieza su fiesta en febrero y para diciembre ya no había ganas ni entusiasmo.
Fue una de las justificaciones del TSE para cambiar la fecha de las elecciones cantonales, que se realizarán el próximo 7 de febrero, seis años después de la celebración anterior.
El cambio representa una esperanza y un reto para los partidos políticos, en cuyas manos recae el peso de motivar y recordarle a los ciudadanos su deber.
“Antes coincidía con la semana posterior al pago del aguinaldo y la gente ya estaba en modo vacaciones”, argumentó la magistrada Luz María Retana.
“No es responsabilidad del TSE vencer el abstencionismo”, agregó el magistrado Max Esquivel en entrevista con EF.
Las expectativas de la institución, sin embargo, son positivas. Esperan que con el cambio de fecha los partidos puedan enfocar sus esfuerzos y su dinero en un solo proceso y, por ende, muevan más a sus electores.
Se enfrentan, eso sí, a un panorama en que la participación ha venido aumentando lentamente: en las elecciones municipales pasadas, menos de tres de cada diez costarricenses se quitaron la pereza dominguera de encima y se acercaron a las urnas.
Las ganas de votar
Lo que más le preocupa a los investigadores en el tema es que hay un grupo creciente que insiste en abstenerse de votar y que ya alcanza al 9% de la población mayor de 18 años.
Es decir, casi uno de cada diez costarricenses decidió abstenerse de votar en las últimos tres periodos electorales.
Así se lee en el libro Respuestas ciudadanas ante el malestar con la Política , del TSE y la Universidad de Costa Rica (UCR).
Ese grupo “consistente” tiene características particulares que los hace sentirse pesimistas.
Sus condiciones de vida, alegan ellos, son cada vez peores y creen que el país no mejora.
Sin embargo, la mayoría de quienes se abstienen de votar lo hacen porque así lo quisieron y no por causa de un impedimento.
Seis de cada diez ciudadanos dejan de votar porque las ganas no les alcanzaron.
Entre ellos, son cada vez más quienes están descontentos con la política y menos quienes alegan desinterés, aunque en general es una mezcla de ambos.
Consultados por las encuestas poselectorales del TSE y la UCR sobre sus sentimientos con respecto a los periodos electorales, los entrevistados relacionaron la desconfianza con la política.
“(Esa desconfianza) se alimenta del deficiente desempeño de la clase política”, indica el análisis.
Así se sienten siete de cada diez de las personas que se abstuvieron de votaron en el 2010.
“Su municipalidad importa” dice el TSE en la publicidad para incentivar el votos. “Su voto vale”, insisten los políticos.
Cuando usted renuncia a él, en efecto, le entrega un poder económico a un grupo de personas a quienes ni siquiera conoce.