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La idea de que ahora empresas multinacionales como Facebook decidan lo que la gente ve en Internet es inadmisible y peligrosa. Semejante privatización de las libertades civiles no tiene precedentes. Tal vez la Iglesia Católica ejerciera un poder casi absoluto sobre la disponibilidad de información en la Edad Media, pero al menos sus seguidores veían en ella una autoridad moral. Zuckerberg no es nada de eso.