A lo largo de su carrera, declaró su nostalgia por la dictadura en Brasil. Como jefe de Estado, desafió las instituciones. El ultraderechista Jair Bolsonaro comenzó este martes a cumplir su pena de prisión tras quedar en firme su condena por golpismo.
Ni siquiera el apoyo declarado del presidente estadounidense Donald Trump pudo revertir su suerte: el excapitán del ejército fue sentenciado en septiembre a 27 años y 3 meses de cárcel por intento de golpe de Estado en 2022 contra su sucesor, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
Aquejado de problemas de salud derivados de una puñalada que recibió en 2018 durante un acto electoral, el líder de la derecha brasileña, de 70 años, enfrenta su peor momento.
En arresto domiciliario desde agosto, el sábado fue puesto en prisión preventiva por “riesgo de fuga”, tras haber quemado su tobillera de monitoreo con un soldador.
Tres días después, el “Mito”, como aún le apodan sus seguidores, comienza a transitar los días de su larga condena en un complejo policial de Brasilia, en una pequeña habitación con televisión, aire acondicionado y un frigobar.
Clan familiar
Bolsonaro accedió a la silla presidencial en 2019 con el sello de “outsider”, aunque llevaba casi tres décadas en la política.
Nacido el 21 de marzo de 1955 en el interior del estado de Sao Paulo, en una familia de origen italiano, Bolsonaro tuvo cinco hijos con tres mujeres.
Junto a su actual esposa Michelle -27 años menor que él- y sus cuatro hijos varones forma hoy un clan político muy activo.
Tanto Michelle, una fiel evangélica, como su hijo senador Flávio suenan como sucesores al frente del campo conservador.
Su hijo Eduardo, diputado, reside actualmente en Estados Unidos, donde lleva una campaña ante el gobierno de Trump para defender a su padre.
El error fue “no matar”
El exmandatario nunca renegó de los años de plomo de la dictadura militar (1964-1985), cuyo “error fue torturar y no matar” a los disidentes, según dijo antes de llegar a la presidencia.
Después de una carrera militar marcada por episodios de insubordinación, Bolsonaro fue electo diputado en 1991.
Su discurso llano y directo se mantuvo siempre beligerante y causó polémicas por comentarios misóginos, racistas y homofóbicos.
En 2014 dijo a una diputada que era “demasiado fea” para ser “violada”.
Poco visible en el Congreso, salió de las sombras tras la destitución en 2016 de la presidenta Dilma Rousseff, heredera política de Lula.
Sus diatribas contra la corrupción, la violencia, la crisis económica y la izquierda “podrida” sedujeron a buena parte de la población.
Este populista, que en público suele vestir pantalones cortos y la camiseta de la selección brasileña, se aseguró el apoyo de poderosos sectores del agronegocio y los evangélicos.
En la campaña presidencial de 2018 sufrió una puñalada durante un acto partidario. El incidente hizo disparar su popularidad.
“My friend” Bolsonaro
Su mandato estuvo marcado por crisis, a pesar de un balance económico más bien positivo.
Su gestión de la pandemia de covid-19 fue considerada desastrosa por los expertos. El virus, que él calificó de “gripecita, causó 700.000 muertes en Brasil, mientras él ironizaba sobre el poder de las vacunas de “transformar en cocodrilo” a las personas.
Negacionista climático, dejó expandir la deforestación en la Amazonía. No dudó en insultar a líderes extranjeros y aisló a Brasil en el escenario internacional.
Nunca admitió su derrota frente a Lula en las elecciones de 2022.
Admirador declarado de Trump, tiene al republicano como su aliado de mayor peso.
Trump impuso aranceles de hasta 50% a las importaciones brasileñas en represalia a la “caza de brujas” contra quien, asegura, es un “gran amigo” y un “gran caballero”.
Pero esa situación empezó a cambiar: el presidente estadounidense suavizó significativamente estos aranceles después de una reunión con Lula en octubre.
