
¿Cuántas veces ha transitado por la Plaza de la Cultura sin percatarse siquiera que en realidad recorre el techo de los Museos del Banco Central?
Esa experiencia es posible porque 30 años atrás –en la administración de Carazo Odio– tres arquitectos costarricenses decidieron enfrentarse a la resistencia al cambio y propusieron el primer edificio subterráneo de Costa Rica, que albergaría varios museos.
De nada valieron las frases que aseguraban que se trataba de la “piscina de la cultura”, que no iba a funcionar ese hueco en medio de San José y que era imposible construir un edificio subterráneo en un país con tanto movimiento sísmico y lluvias.

Los retos no se hicieron esperar, entre ellos construir un hueco de media cuadra en el centro histórico de una ciudad poblada, y la resistencia al cambio producto de la visión conservadora de la Costa Rica de la época, explica Andrés Fernández, curador, investigador y arquitecto.
Faltaba el reto más pintoresco: dejar de pensar que el Teatro Nacional se iba a “desplomar” en ese hueco”. El proyecto precisamente pretendía despejar el entorno del Teatro, para facilitar contemplarlo sin ninguna edificación alrededor.
Además de estar de manteles largos –porque celebra 30 años– el edificio Plaza de la Cultura-Museos del Banco Central fue elegido por la editorial inglesa Phaidon Press Limited como uno de los mejores 800 edificios del planeta construidos entre 1900 y 1999.

Diseñar con visión
EF quiso compilar las cinco razones que hacen de este edificio un hito histórico en palabras del investigador Andrés Fernández:
Es el primer y único edificio diseñado para albergar un museo en Costa Rica. Los demás –el Museo de los Niños, el Cuartel Bellavista, por ejemplo– fueron modificados posteriormente para esos fines.

Es el primer y único edificio en Costa Rica diseñado para ser un subterráneo.
La propuesta incluyó el uso de líneas diagonales y de fuga que evitan un sentimiento de asfixia en los visitantes.
El proyecto logra una dualidad: “es un edificio no edificio”, pues la estructura no se ve. Lo que el visitante disfruta es la plaza que en realidad es el techo de la edificación.

Desde un punto de vista urbanístico se trata de una obra que cambió la vida a San José , pues sustituyó al Parque Central como centro de la capital, según explicó Fernández.
Para su construcción se “sacrificaron” varios edificios emblemáticos de la vida josefina, entre ellos el de la Librería López, el Hotel Panamericano y la botica Mariano Jiménez.
El proyecto logró la dualidad al otorgar un protagonismo a la vida josefina en la Plaza , y otro protagonismo a las colecciones de arqueología, numismática y arte del Banco Central dentro de las paredes del subterráneo.

La inversión total se estima en ¢120 millones en unos 2.000 días de trabajo, financiados por un préstamo externo y “con café”.
Al año, unas 120.000 personas visitan el edificio, la mitad de ellas son extranjeras, según detalló Gisela Sánchez, periodista del departamento de comunicación de Museos del Banco Central.
Por eso, cuando camine por Plaza de la Cultura, recuerde que transita sobre el talento de tres atrevidos arquitectos costarricenses Edgar Vargas (ya fallecido), Jorge Bertheau y Jorge Borbón.