Ha pasado ya el Día de la Mujer y mucho ha servido de oportunidad para reflexionar… sobre el hombre. Porque no podemos enderezar el rumbo de la mitad de la humanidad, si la otra mitad no hace lo propio.
Veamos. ¿Hemos avanzado las mujeres? Hemos avanzado. Podemos pilotar aviones, casarnos –si nos casamos– sin que se nos exija ser vírgenes, somos gerentes, decanas, obispas, mandatarias. No todas, no siempre, pero se vea desde donde se le vea, hemos avanzado. La mujer del siglo XXI lucha firmemente por abordar, y mantenerse, en el siglo XXI. El varón no. El varón nos mira boquiabierto, incapaz de soltarse del siglo XIX. No comprende cómo su pareja no solo no soporta la insignificancia de alguna infidelidad discreta, sino que además espera que él sepa cambiar un pañal, preparar un almuerzo digno y procurarle un orgasmo observando el ritmo, no de él, sino de ella. No comprende (bueno, no todos, no siempre, pero no comprende) cómo rayos ella podría tener un salario más alto, un prestigio más grande, un deseo más prolongado. Y no basta con sentarlo en el banquillo de los acusados. No necesita una condena, necesita una brújula.
Construir una manera distinta de ser mujer exige una forma distinta de ser hombre. Ni queremos ni podemos bregar solas. En última instancia, madres seremos de varones y queremos que su hombría los haga felices sin hacer desdichada a su contraparte.
En el Día de la Mujer se empieza a incluir a los varones porque la mujer del nuevo milenio sabe quién es y lucha por lo que quiere, pero para el hombre del nuevo milenio su lucha es inventarse. Porque su situación de privilegio no necesariamente es tal, porque hay muchas maneras de ser hombres y mujeres y lo que a todos nos oprime, gais y heteros, varones y mujeres, es un enemigo común, eso de lo que realmente necesitamos deshacernos: la mentalidad patriarcal.