Es normal escuchar que Costa Rica cuenta con hospedajes de lujo, de esos por los que los turistas pagan miles de dólares la noche para sumergirse en experiencias únicas y personales, rodeados de los más impresionantes paisajes que ofrece este pedacito de tierra. Lo que no es tan común es oír que una de esas marcas hoteleras lujosas sea 100% de origen costarricense.
Hace casi dos décadas, con el volcán Arenal como testigo, nació la primera marca hotelera de lujo nacional, inmersa en la naturaleza de la zona de La Fortuna. Se trata de Nayara Resorts, un complejo que integra tres propiedades en ese territorio (y una cuarta que se ubicará en Quepos) que hoy lleva su modelo operativo de lujo sostenible fuera de nuestras fronteras.
En un terreno de 30 hectáreas, con cerca del 70% desarrollado, conviven Nayara Gardens, enfocado en brindar una experiencia acogedora para las familias; Nayara Tented Camp, inspirado en los safari lodges africanos; y Nayara Springs, exclusivo para adultos y diseñado meticulosamente para parejas, lunas de miel, aniversarios y cualquier celebración romántica.
Estas propiedades han sido reconocidas como las mejores de Centroamérica por publicaciones como Travel + Leisure, Condé Nast Traveler y recientemente la guía de hoteles Michelin.
Pero, ¿cómo se formó la primera cadena hotelera de lujo en Costa Rica?
La decisión de anclar el proyecto en La Fortuna de San Carlos, en uno de los polos turísticos de Costa Rica, tiene raíces tanto personales como estratégicas. Freddy Obando y Leo Ghittis, son los fundadores de esta cadena que hoy además de Costa Rica opera hoteles en Panamá y Chile.
Obando, originario de La Fortuna, nació en la misma propiedad que hoy ocupa el complejo. La finca, que era originalmente una lechería y un terreno casi completamente deforestado, fue una herencia familiar. Aunque algunos miembros de la familia vendieron partes del terreno a terceros con el tiempo, actualmente la totalidad de la propiedad está en manos de su fundador.
Con cierta timidez, comenta que sus inicios no fueron nada sencillos: “No empecé de cero, sino debajo de cero”. Confiesa que no le gustaba estudiar y que, tras dejar el colegio, empezó a trabajar desde los 16 o 17 años lavando carros en La Fortuna. “Yo fui solo hasta el primero del colegio, de ahí dije a mi mamá que no me gustaba. Me gustaba trabajar,” recuerda. Su motor fue el esfuerzo constante: empezó con una pequeña actividad ganadera, agricultura, alquiló terrenos, y se fue desarrollando en la zona.
Cuando la idea de crear un hotel empezaba a germinar, Obando tenía tres trabajos a la vez, pero seguía con el impulso de que su negocio de hospedaje marcara la diferencia. Allí empezó a buscar socios que le echaran una mano para su proyecto. Su estrategia fue buscar complementar sus propias carencias: “Necesito alguien que sepa que tenga relaciones con los bancos,” se dijo, y trajo a alguien para esa función; “Necesito alguien que sepa comercializar,” y así se fue formando el equipo.
Otro de los momentos clave del crecimiento de Nayara fue cuando se sumó Leo Ghitis, socio del proyecto. Nacido en Cali, Colombia, Ghitis dejó su país natal a los 17 años y, debido a la inestabilidad e inseguridad que afectó a su ciudad en las décadas siguientes, no podía llevar a sus hijos a conocer sus raíces. Una vecina costarricense le sugirió visitar el país y el viaje que siguió fue una revelación. “Fue amor a primera vista. Me enamoré de Costa Rica el primer día que llegué acá,” confiesa Ghitis, quien descubrió en la nación centroamericana un pionero mundial en la sostenibilidad. Tres años después de ese primer encuentro, Ghitis tuvo la suerte de ser invitado a asociarse con los fundadores.
Aunque en ese momento no entendían en qué consistía la hotelería de lujo, en el 2006 el proyecto empezó de la mano de los fundadores y otra figura importante para la cadena: Jairo Guzmán (sancarleño quien en ese momento era recepcionista y ahora es el gerente general de las propiedades). Entonces cobraban solo $60 la noche y tenían un equipo de 28 personas.
Hoy, dependiendo de la temporada turística y de la propiedad seleccionada, el precio por habitación van desde los $600 a los $900 la noche en el Nayara Gardens, de $850 a los $1.200 en el Springs, en el Tented Camp $1.000 y hasta los $3.500 en el caso de las Family Tents.

El ADN tico
El crecimiento de Nayara, que hoy emplea a más de 550 colaboradores de forma directa, no es solo cuantitativo, sino que se basa en un modelo de desarrollo social y humano que lo distingue en la hotelería de lujo. El ADN del pura vida está impregnado en cada colaborador que lo transmite a los huéspedes, creando en ellos esa sensación de cercanía que distingue a los costarricenses.
Guzmán es un ejemplo de que la gran mayoría de los gerentes y supervisores son personas que empezaron en puestos base y han sido desarrollados y empoderados internamente. La filosofía es simple: el hotel es manejado por personas muy locales, con un ADN costarricense completo.
Por otro lado, para los líderes el compromiso con el talento local es tan profundo que Nayara ha implementado programas de desarrollo como formación culinaria de sus chefs, enviándolos a pasantías a restaurantes con estrellas Michelin para que luego apliquen las técnicas en los seis restaurantes de Nayara. Además, han ayudado a más de 50 colaboradores con sus trámites para obtener vivienda propia, facilitando trámites de crédito y ofreciendo préstamos sin intereses. También ofrecen charlas financieras y un programa anual de graduación en diferentes niveles de inglés.
Se estima que, por cada colaborador, tres personas más se benefician. Esto implica que Nayara soporta entre el 15% y 20% de la población de la Fortuna en términos de encadenamientos directos e indirectos.
La estrategia de los tres líderes se basa en prioridades claras: talento local, sostenibilidad como lujo y consistencia aislada. Con estos pilares en marcha, los premios han llegado como una consecuencia natural del modelo de negocio. El resultado es una colección de reconocimientos sin precedentes en Centroamérica: por 14 años consecutivos, al menos uno de sus hoteles ha sido nombrado el mejor de la región por publicaciones como Condé Nast Traveler y Travel + Leisure. Nayara Springs se convirtió, además, en el primer hotel de Centroamérica en recibir tres llaves Michelin, el máximo galardón en hotelería, y su propiedad Tented Camp fue clasificada como el mejor hotel en satisfacción al cliente de todo el hemisferio americano.
“El hecho de que, a pesar de esas expectativas por las nubes y a pesar de que vienen de los mejores hoteles del mundo, los huéspedes sigan escribiendo ‘este es el mejor hotel que me he quedado en la vida’, para nosotros es algo extraordinario”, comentó el empresario nacido en Colombia.
El compromiso de Nayara con el medio ambiente trasciende la simple etiqueta de la sostenibilidad. Según su filosofía, la sostenibilidad implica solo mantener el statu quo; sin embargo, su meta es el turismo regenerativo, una visión que busca entregarle el planeta a futuras generaciones en mejores condiciones de lo que lo recibieron. Este ideal es la fuerza motriz de sus operaciones.
La manifestación más palpable de esta convicción es la épica reforestación de sus terrenos. El sitio, que en el pasado era una lechería deforestada y que con las lluvias se convertía en un río de lodo, fue transformado. La empresa dedicó una década a estabilizar la montaña mediante la construcción de terrazas de roca y la siembra de más de 40.000 árboles y plantas nativas. Este esfuerzo no solo detuvo la erosión, sino que redefinió el paisaje.
Este trabajo de conservación dio origen a un santuario silvestre. La densa reforestación creó un corredor biológico vital que ahora conecta la propiedad directamente con el bosque primario del río Arenal. Donde antes no existía vida silvestre, los huéspedes son hoy testigos de la presencia constante de perezosos, tucanes y los tres tipos de monos característicos de la zona. Complementando esta labor ambiental, el hotel opera como carbono neutral y ha sido reconocido con la certificación Green Globe, el estándar de sostenibilidad más alto a nivel global, obteniendo una calificación sobresaliente.
El futuro: lujo con intención
Aunque la marca ha recibido innumerables propuestas, la expansión internacional es selectiva. “Nuestra idea nunca ha sido ser la marca más grande”, aclara Ghitis. “Lo que es importante es que cada hotel sea un hotel extraordinario.”
Actualmente, tienen propiedades en Chile y Bocas del Toro, Panamá, y están analizando futuros desarrollos en la zona de Chichén Itzá, México. Todas las nuevas propiedades deben compartir la convicción de que el lujo y el servicio solo son sostenibles si están impulsados por la filosofía de la regeneración y la responsabilidad social.
Para el público costarricense, el mensaje es claro: la experiencia es también para ellos. El hotel ofrece tarifas y promociones especiales para el mercado nacional. Nayara es, en esencia, un proyecto que demuestra que una pequeña idea, nacida del esfuerzo bajo cero de un visionario local en La Fortuna, Costa Rica, puede sentar un precedente mundial de cómo la hotelería de lujo puede ser sinónimo de desarrollo humano y ecológico.
En cuanto a la expansión en el territorio nacional, la marca llegará a Manuel Antonio en Quepos con un resort de playa, que se proyecta abrirá a mediados o finales del 2027 y que generará alrededor de 300 empleos directos. De momento, el proyecto se encuentra en etapa temprana de movimiento de tierras, según información brindada por Nayara.

