
Milán. Al retirar un paquete de galletas del estante del supermercado, un cartel luminoso informa sobre su origen, su composición nutricional, sus alérgenos y su huella de carbono. En la Exposición Universal de Milán –que durará seis meses–, el futuro de la alimentación pasa por informar al consumidor.
Para el turinés Carlo Ratti, artífice del stand Future Food District (FFF), dedicado a la alimentación del futuro, el supermercado del mañana utilizará las nuevas tecnologías para conectar a los consumidores con los productores e informarles sobre el contenido de su plato.
Aunque los circuitos cortos de distribución se hayan convertido en tendencia –la venta directa en la granja, en los mercados o por Internet–, la mayoría de los intercambios alimentarios en el mundo se realizan por medio del comercio especializado.

En la actualidad, se considera a la industria alimentaria como una de las más opacas. Según Ratti, las nuevas tecnologías servirán para “suprimir muchas barreras entre el consumidor y el productor”.
Andrea Galanti, arquitecto del proyecto, observa a los clientes desplazándose en silencio, sin música ni publicidad.
“Cuando uno entra en un supermercado, intenta salir lo más rápido posible. Uno toma los productos y corre a las cajas y parte de prisa, sin ni siquiera leer las etiquetas o las informaciones sobre el producto, porque el espacio es poco hospitalario”, explica.

En desarrollo
La Exposición Universal de Milán se realizará en los próximos seis meses con debates y celebraciones en torno a la agricultura y la alimentación, ampliamente anticipados por los interesados.
Los primeros visitantes llegaron desde el 2 de mayo para descubrir las decenas de pabellones que rivalizaban entre sí en inventiva arquitectónica y en los que aún reinaba cierta atmósfera febril, tras meses de obras frenéticas.
“Hoy la Expo es una realidad. Aún no es una apuesta ganada, tenemos seis meses para ganarla, pero es un desafío al que podemos enfrentarnos”, había afirmado el jefe de gobierno italiano, Matteo Renzi, tras la inauguración oficial en Milán.
“En los próximos meses, el mundo podrá degustar a Italia. Sus especialidades, sus productos típicos, pero sobre todo, el profundo deseo de nuestro país de escribir una página de esperanza”, había declarado en el gran teatro al aire libre de la Expo.
Enturbiadas por varios escándalos de corrupción, las obras de la Expo han acumulado retrasos y los obreros han trabajado durante meses para instalar todos los pabellones a tiempo.
Eso no ha impedido varios fallos de la organización. El pabellón de Bangladés no pudo abrir, por ejemplo, porque Italia no le había concedido el visado a su personal.
Los belgas estaban, por su parte, furiosos al no poder vender cerveza y patatas fritas, almacenados a solo 500 metros del recinto, porque nadie les había dicho que las entregas no se permitirían en la víspera de la apertura.
Varios representantes de artesanía india mostraban su exasperación. Al no haberse tramitado su demanda de acreditación, debían comprar un billete de día para poder llegar al stand por el que habían pagado 200.000 euros.
Pese a todo, los visitantes parecían encantados: “Es una experiencia totalmente nueva. He decidido venir a primera hora porque va a ser especial”, explicó Hiran, un esrilanqués de 34 años residente en el Reino Unido que llegó junto a cinco miembros de su familia.
Unos 140 países participan en el evento, que se extenderá hasta finales de octubre, bajo el lema oficial “Alimentar al planeta, energía para la vida”.
Italia espera recibir en total a unos 20 millones de visitantes con motivo de este evento, considerado símbolo de la recuperación económica del país. Las ganancias proyectadas superan los 10.000 millones de euros, en su mayoría fruto del turismo.
Con recelo
La puesta en marcha de la Expo, sin embargo, ha suscitado numerosas polémicas.
Muchos se han indignado ante la fuerte presencia de grandes multinacionales de la industria agroalimentaria entre los patrocinadores, considerada contradictoria con el mensaje humanista de la Expo.
En un mensaje filmado, el papa Francisco abogó por que esta Exposición Universal sea la ocasión de acabar con la “paradoja de la abundancia”, que conduce antes al derroche que a la solidaridad.