Durante mucho tiempo me cuestioné el porqué de mi interés tan profundo en temas de crecimiento personal y, por otro lado, en algo que parecía a simple vista muy lejano, la sostenibilidad. Todavía cuando tomé la decisión de estudiar neurofelicidad (investigación científica sobre el bienestar), no estaba decidida a abandonar el campo de la responsabilidad social empresarial en el que me movía. Era simple, los dos temas me apasionaban por igual.
Pero mientras me zambullía en los textos y los videos de mi nueva experiencia universitaria tuve una revelación que me sorprendió: la búsqueda de la felicidad personal y la sostenibilidad no eran como dice el dicho popular “enanos de otro cuento”, sino que estaban estrechamente relacionados.

Mencionar primero que al hablar de felicidad me refiero a la rigurosa investigación científica que desde hace más de 30 años inició el doctor Martin Seligman, en aquel momento director de la Asociación de Siquiatría Americana (APA), cuando decidió romper el paradigma y empezó a estudiar a las personas felices. Una corriente de investigación que ha crecido exponencialmente en los últimos años y que tiene resultados sumamente valiosos para el crecimiento personal de todos como seres humanos y nuestro bienestar en la vida.
Ya lo decía Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU en su discurso para establecer el 20 de marzo como día mundial de la felicidad, “El mundo necesita un nuevo paradigma económico que reconozca la paridad de los tres pilares: social, económico y medioambiental porque juntos definen nuestra felicidad global”.
Dicha resolución buscó reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas de gobierno. La iniciativa fue promovida por Bután, país que desde la década de 1970 prioriza la felicidad nacional bruta sobre el tradicional producto interno bruto.
Con esta iniciativa la Organización de las Naciones Unidas (ONU) abrió los ojos del mundo sobre la máxima de las aspiraciones humanas, la felicidad, y de cómo es necesario trabajar en los ejes social, económico y ambiental para alcanzarla. Algo que también ha reconocido la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que desde el año 2011 mide indicadores multidimensionales relacionados con el bienestar subjetivo de sus países miembro.
El interés de estos entes internacionales en la felicidad no es objeto de casualidad, los datos científicos nos hablan con claridad del impacto que las personas felices tienen en el desarrollo y economía de las sociedades, el cual tiene un efecto circular, no solo los individuos felices aumentan la prosperidad de las sociedades en las que forman parte, sino que dicha prosperidad revierte, a su vez en ellos mismos, aumentando su satisfacción con la vida.
Son diversos los estudios que confirman que las personas felices tienen un comportamiento hacia sí mismos y hacia los demás que resultan beneficiosos para la sociedad en su conjunto, en primer lugar, son más saludables, significativamente más cooperativos con los demás, se comportan como ciudadanos comprometidos que causan pocos problemas, y, además, contagian su felicidad a las personas con las cuales se relacionan.
De ahí que cuando analizamos los objetivos del desarrollo sostenible, tomamos conciencia que la profunda motivación que los mueve es que todos podamos desarrollarnos y disfrutar de la vida en igualdad de condiciones, en otras palabras, que todos podamos ser felices. La ONU lo detalla así en su sitio web “La felicidad individual pasa por la felicidad global con la colaboración de todos. No dejemos a nadie atrás”.
Está claro la sostenibilidad nos lleva a la felicidad, pero también de manera inversa.
Debido a que, según lo comprueba la ciencia, son las cosas sencillas de la vida y que no tienen ningún costo las que nos hacen realmente felices, al trabajar activamente en nuestro bienestar personal nos iremos convirtiendo poco a poco en seres humanos significativamente más sostenibles para el mundo, alejados de un consumismo frenético que drena sin tregua los recursos del planeta.
Barbara Fredrickson, una de las grandes investigadoras del tema de las emociones positivas, ha logrado demostrar en sus estudios que cuando tenemos afecto positivo nuestros recursos personales se amplían, somos más creativos, más abiertos y flexibles, más tolerantes y dispuestos a entender los puntos de vista del otro. Un valor inestimable hoy en día ante los retos que nos impone la discriminación, la violencia o la intolerancia de las sociedades.
Como si esto fuera poco, a través de la vida significativa, uno de los pilares más importantes de la felicidad humana, quienes busquen su bienestar duradero, se comprometerán con actividades que los trascienden a ellos mismos, compartiendo lo que tienen, aportando a la comunidad, haciendo voluntariado o involucrándose con sus fortalezas en la resolución de los grandes desafíos de la humanidad. Y estos son tan solo algunos ejemplos de cómo la verdadera felicidad también nos lleva directo a la sostenibilidad social, económica y ambiental.
A pocos días de celebrar una vez más este importante día, conviene tener presente la relevancia de la emocionalidad positiva personal para enfrentarnos a los grandes retos de la humanidad, especialmente ante la anunciada crisis de salud mental que se avecina. Quizá, para catapultar los esfuerzos en sostenibilidad, haya llegado el momento de tomarnos en serio el simple valor de enseñar a las personas cómo ser felices desde la profundidad de su individualidad mientras aportan al mundo con sus fortalezas.