Costa Rica enfrenta tiempos de transformación, cambios en las relaciones de poder y un ajuste en los valores democráticos. La desigualdad que en los últimos tiempos se ha incrementado en el país y el malestar socio-político tiene en jaque a las autoridades políticas y a la paz social de la que tanto presumimos.
La ruta es más clara para quienes estamos detrás del telón, pero el reto es cambiar el argumento, el vestuario, los actores y la puesta en escena.
Las prácticas clientelares enquistadas en la médula de los partidos políticos, las prebendas, los intereses personales, los egos mal gestionados y esas estructuras arcaicas de “participación” deben de desaparecer.
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Si queremos cambiar el norte del país, es hora de potenciar la cultura de la libertad, la solidaridad y la unión. El liderazgo político que tiene que surgir, debe de fundamentarse en un pilar de comunicación y en su respectivo vínculo con la ciudadanía.
Una política con nuevas preocupaciones, capacidades y actitudes que ponga en el centro de su gestión al ciudadano, no como eje de su retórica barata, sino como primer mandamiento. Una política cuyo liderazgo tenga la capacidad de escuchar, pactar objetivos y de convertir las ideas y proyectos en realidades tangibles para la ciudadanía.
De cara al bicentenario, nos encontramos en una encrucijada económica, social y sobre todo política, que solo podrá superarse con un liderazgo consciente que se geste en la matriz de las instituciones del Estado que estén dispuestas a modernizarse y ser las abanderadas del cambio.
Los políticos del bicentenario tienen que pasar la página y superar las estructuras tradicionales para adaptarse al entorno actual y dar respuesta a los desafíos que enfrentamos como sociedad.
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La valentía de dar el salto
Están más que comprobadas las estrategias políticas donde se gestionan las emociones. El miedo, particularmente es una herramienta de control social que paraliza en muchos casos, disrupciones de cambio, transformaciones económicas e incluso movilizaciones políticas y sociales.
Los nuevos liderazgos políticos deben ser capaces de escuchar de manera activa a los sectores sociales, integrar propuestas, articular proyectos y dirigir una cultura política potente que esté al servicio de la sociedad que representa.
Walter Lippman describía en sus escritos al bien común como aquel que los hombres elegirían si fueran capaces de ver con claridad, pensar con racionalidad y actuar con desinterés y benevolencia. En otras palabras, como se debería de gestionar el poder político si se pensara más allá del interés individual.
No obstante, según los últimos datos del Latinobarámetro, en la región cerca del 80% de los ciudadanos consideran que en sus países se gobierna para favorecer algunos grupos de poder y más del 65% de los latinoamericanos consideran que la corrupción es una tendencia en aumento en sus gobiernos.
A estas alturas, parecerá demasiado utópico pensar en el bienestar social y en liderazgos políticos que sean capaces de defender valores comunes, de poner un alto en el camino y sacudir toda la escoria que carcome al sistema, ¿por dónde podríamos empezar, si el sistema es tan nefasto que está hecho para reproducirse por inercia?
Toda crisis es un terreno fértil para el surgimiento de oportunidades, de cambios, de transformación. Si queremos fortalecer la democracia será necesario reconocer liderazgos emergentes y plantear los cambios estructurales en el país, por más complejos que estos sean y por más obstáculos que deban superarse. Por su puesto, en esta ecuación entran tanto las relaciones interinstitucionales del Estado, entre los Poderes de la República y la relación entre el sector público y privado; todas entorno y al servicio de la ciudadanía.
Parafraseando a John F. Kennedy, en uno de sus discursos pronunciados el 10 de junio de 1963, en la Universidad Americana de Washington, si no podemos ponerle fin ahora a nuestras diferencias, que al menos, podamos empezar a construir un mejor país.
Gestión y comunicación política
Los partidos políticos, gobierno y Asamblea Legislativa son las instituciones peor valoradas por los latinoamericanos y Costa Rica no es la excepción, aunque quizás no en ese orden.
La credibilidad, la confianza y la legitimidad de la clase política caen al suelo cada vez que en las redes sociales se desmienten declaraciones oficiales. El advenimiento de las nuevas tecnologías ha permitido democratizar la información y con ello se cierran las puertas a los juegos de palabras, a las manipulaciones y a las trampas detrás del poder.
La incidencia en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales cada vez requiere de mayor transparencia y rendición de cuentas y con ello de mejores habilidades de comunicación, negociación e interacción con los sectores. La comunicación se ha convertido en un intangible tan preciado como minimizado, algo así como el sexo, todos creen que son buenos, pero en realidad son pocos los que pueden presumir de ello.
Cualquier liderazgo político que quiera asumir con responsabilidad un cargo de elección popular debe fortalecer sus habilidades de comunicación política, de diálogo y sobre todo de escucha. Se trata de encontrar los espacios y fomentar una articulación de redes de trabajo y discusión que permitan y potencien el vínculo con la ciudadanía.
Durante las últimas semanas se ha escuchado el grito desesperado de algunos sectores olvidados por la clase política, la necesidad y lucha del sector productivo por continuar sus labores aún en condiciones adversas y una clase política endeble, impostada y ensimismada.
En palabras de José Martí, “se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante”.
Siendo la democracia costarricense, la más antigua de Latinoamérica, tenemos toda la capacidad para reflexionar sobre el momento en el que se encuentra el país, de dirigir esfuerzos individuales y colectivos hacia el fortalecimiento de nuestro contrato social, alineando el compromiso político hacia la eficiencia, la transparencia y la determinación.
Consultora Internacional en Comunicación Política y Social.