Uno de los temas más desafiantes para el desarrollo de los mercados financieros es la educación financiera de las personas. Con independencia del país, todos los organismos reguladores alrededor del mundo se quejan de la ausencia de este tipo de educación, lo cual involucra el desconocimiento de conceptos elementales como la tasa de interés compuesta y el principio fundamental de que un mayor rendimiento está asociado con un nivel de riesgo más elevado.
La poca educación financiera, a su vez, lleva a un bajo desarrollo de la cultura del ahorro. Ello conduce a que las personas se dejen llevar por sus instintos de un consumo inmediato y adquieran deudas en condiciones perjudiciales para sus intereses de mediano y largo plazo. Para una porción importante de los consumidores, el único elemento que consideran al adquirir una deuda es si su ingreso líquido “le alcanza” para pagar la cuota del préstamo, sin poner mucha atención a la tasa de interés que le están cobrando o al plazo con el que se compromete repagar el préstamo.
El desarrollo de la cultura del ahorro es un tema que debe empezar desde edades tempranas, idealmente desde edades preescolares. Son conceptos que tardan mucho tiempo en consolidarse dentro del comportamiento y estilo de vida del individuo, por lo que tiene un efecto relativamente modesto a lo largo de los años. Esto significa que la educación financiera tarda décadas en ser efectiva, mas no por ello se debe dilatar su incorporación en la educación formal desde niños.
Son pocas las personas que no tienen capacidad para ahorrar un porcentaje de sus ingresos con el fin de alcanzar diferentes objetivos. Entre ellos se pueden mencionar el ahorro para imprevistos (lo cual sigue siendo escaso, aunque es lo más frecuente), para financiar estudios, la compra de un vehículo o de una casa y el ahorro previsional para la vejez, que por lo general se encuentra entre las últimas prioridades de ahorro de las personas. En general, con excepción de las personas que se encuentran en los tres primeros deciles de la escala de distribución del ingreso, el restante 70% de la población tiene una posibilidad verdadera de ahorrar disciplinadamente un porcentaje de sus ingresos todos los meses.
Una vez posicionada la necesidad de establecer un ahorro periódico, se inicia un nuevo desafío para el individuo y es en qué tipo de instrumentos invertir. En un reportaje publicado por El Financiero, incluimos un artículo sobre las diferentes opciones de inversión que están disponibles para inversionistas jóvenes que se inician en el mercado laboral. Una de las principales conclusiones que se pueden derivar de ese escrito es que realmente no son muchas las opciones que se ofrecen en el mercado costarricense. Esto plantea otra disyuntiva: son las opciones de inversión pocas porque no hay un desarrollo de la cultura del ahorro, o sea, no hay oferta de inversión porque no hay demanda de ahorrantes, o sucede a la inversa.
La respuesta a esta interrogante es que suceden ambas cosas. Primero, existe un desconocimiento sobre el funcionamiento de los pocos instrumentos de ahorro que existen en el mercado, lo que conduce a los pocos ahorrantes a invertir en el mejor de los casos, en certificados de depósito a plazo. Otros ahorrantes más audaces buscan mayores rendimientos sin tomar en cuenta que están asumiendo tipos de riesgos más elevados. Pero, para la gran mayoría de ahorrantes, el mercado de valores está prácticamente cerrado por su bajo nivel de ahorro y por los altos costos absolutos de participar, todo ello dejando de lado el desconocimiento de su funcionamiento.
Por tanto, para promover la cultura del ahorro es necesario mejorar el dinamismo de los oferentes de instrumentos de ahorro, para que ofrezcan mayores opciones de ahorro e innoven con productos que se adecúen a un ahorro bajo, pero periódico, por parte de los ahorrantes.
Este proceso de innovación debe incluir la disminución de los costos asociados de participar en el mercado de valores, como lo son las comisiones de corredores de bolsa y el desarrollo de sistemas informáticos que permitan procesos de compra - venta de instrumentos de ahorro en línea, sin la necesidad de pasar por distintos intermediarios.
En adición, la innovación financiera debe favorecer la posibilidad de invertir no solo en certificados de renta fija, sean certificados de depósito a plazo o bonos de deuda, entre otros, sino también el desarrollo de mercados accionarios que deberían resultar ser más apetecidos por ahorrantes jóvenes o personas que desean diversificar sus portafolios de inversión.
Lo mencionado no es una responsabilidad exclusiva de las instituciones financieras que participan en el mercado de valores, sino también de los reguladores, quienes tienen que adaptar las normas del sector bancario y de valores para eliminar todas las trabas que impiden su desarrollo y que aumentan el costo de las transacciones. La combinación de estos aspectos permitirá tener un mercado financiero más profundo en donde los ahorrantes se van a sentir más cómodos de participar en él.