“No del todo humano, no del todo máquina, The Velvet Sundown habita en algún punto intermedio,” se lee en lo que parece ser la cuenta oficial del grupo The Velvet Sundown.
Apenas apareció en junio de 2025 y para el día de hoy, acumula casi un millón de seguidores en Spotify y dos discos, el tercero a lanzarse durante este mes de julio.
Para muchos era evidente que se trataba de una producción creada con inteligencia artificial, no solo porque la biografía de Spotify así lo sugería, sino porque las portadas de sus discos tenían algo particular: los integrantes de la banda tenían el característico tono amarillento de las imágenes que generamos en distintos sistemas de IA. El rostro tal vez demasiado liso, incluso para los filtros que siempre vemos en redes sociales, siempre la misma temática, el mismo look and feel. Había algo que no calzaba.
En este panorama de enigma y misterio apareció Andrew Frelon.
Andrew Frelon es un pseudónimo inventado por una persona (queremos creer que lo es) quien, en una publicación escrita en primera persona, explicando su participación con el fenómeno The Velvet Sundown o TVS, indica que tiene amplia experiencia profesional trabajando para plataformas web en temas de seguridad y temas políticos.
Al enterarse de la cobertura que estaba teniendo la banda, y tomando como base un experimento que había hecho un año antes con música creada por IA y su forma de monetizarla en Spotify, influenciando su algoritmo, se le ocurrió hacer una suerte de campaña publicitaria en nombre de la banda. Se percató de que la banda no tenía redes sociales oficiales. Cambió su usuario a uno que identificaba a la banda. No le resultó nada difícil verificar su cuenta y así tomó control de la narrativa TVS y se convirtió en el vocero de la banda en X. Incluso generó contenido con ChatGPT donde manifestaba su molestia de que la banda no estaba recibiendo la atención que ameritaba. Las cuentas manejadas por Frelon insistían en que la música no era generada por IA, lo cual para Frelon no fue más que un click-bait, pues era evidente que tanto la banda como su contenido sí lo era.
La respuesta de los medios no se hizo esperar: numerosos periodistas pidieron entrevistas y declaraciones, casi todos interesados en resolver el misterio de si la música era o no creada por IA. Finalmente, el supuesto interlocutor de TVS se presentó como Andrew Frelon, reiteró que la música de TVS no era creada por IA, sino que era una banda real, con música real. Se rehusó a dar entrevistas en persona, todo era vía telefónica o vía correo electrónico. No se podía llamar de vuelta, el número de teléfono aparecía desconectado para llamadas entrantes. Muchos medios reconocidos aceptaron la distancia, ávidos de información. Nada se verificó.
Resultó que tanto las declaraciones de Frelon como su persona misma eran un ardid: ni la música estaba ayuna de IA, ni Frelon era una persona asociada a la banda.

Al mejor estilo de William Boyd y su artista ficticio Nat Tate, que incluyó biografía, apoyo de David Bowie e incluso un lanzamiento en la Gran Manzana, Frelon había logrado posicionar a TVS en prensa y redes sociales a la vez que realizaba su propio experimento social, probando un punto que es el distópico tormento humano de nuestros tiempos. Según sus palabras: “que los seres humanos suelen ser el eslabón más débil en cualquier sistema tecnológico, y a menudo son engañados con bastante facilidad”.
Cuando la banda -quienes quieran que sean que la conformen y si es que hay un “quien” que la conforme- se percató de lo que estaba pasando, empezó a hacer sus propias publicaciones oficiales, desmintiendo cualquier relación con las cuentas manejadas por Frelon y afirmando que sus creaciones sí involucraban la inteligencia artificial, cual fue confirmado también por expertos.
Frelon procedió a retuitear tales publicaciones: “¡Esto es un gran problema para nosotros! RT y comparte”. En otras hacía algunos cambios: “Alguien está tratando de robar nuestra identidad, la cual hemos robado de manera limpia de otros artistas” decían los retuits de las cuentas de Frelon. La comedia y la sátira a nuestra realidad es deliciosa, por decir lo menos.
Frelon desmintió lo que había dicho a la revista Rolling Stone. Se declaró casi orgullosamente un art hoax, un farsante artístico y, para bien o para mal, probablemente uno de los más importantes promotores de TVS, pero dejó siempre en el aire la inquietud: ¿es esto arte? ¿es susceptible de apropiación y protección?
Esta es una inquietud que sigue sin zanjarse. Recientemente la Suprema Corte de Justicia de México indicó que las obras generadas por IA son de dominio público. ¿La razón? Solo las personas físicas pueden ser reconocidas como autoras y sin autor, no hay obra, y sin obra no hay derecho. Simple, ¿no?
Cuando se habla de creaciones generadas por inteligencia artificial el verdadero reto no es determinar quién es humano y quien no. Esto es algo bastante natural e intuitivo, al menos hasta el momento. No es tampoco la capacidad creativa o creadora, aunque sí es un elemento que pone en gran desventaja al artista humano. No es de ninguna manera esteticidad, el concepto de moral o lo amoral. No es ni siquiera el mérito o el esfuerzo. ¿Qué sería del “Black Square” de Kazimir Malevich si el mérito o la esteticidad en su concepto más clásico contara?
El verdadero reto es que, así como se han puesto límites a lo que es la inspiración de las personas en otras obras ajenas para crear su propio arte, fijando la frontera, a veces muy difusa entre fair-use y licencia, lo mismo debe ser impuesto a las creaciones de IA.
Esto se ha ido implementando de forma fragmentada, y lamentablemente, bajo acuerdos bilaterales con los grandes actores del ecosistema digital —como The New York Times o Amazon—, que cuentan con el músculo económico y legal para negociar sus condiciones. En la industria musical, las disqueras han comenzado a establecer ciertos límites, o al menos cláusulas de limitación de responsabilidad, respecto al uso de inteligencia artificial en la generación de contenido. Sin embargo, el camino recorrido hasta ahora es corto, y el avance tecnológico tan vertiginoso que nos deja rezagados con cada vuelta del calendario.
Los motores de inteligencia artificial generativa no crean desde el vacío. No están diseñados para imaginar espontáneamente, sino para absorber, reinterpretar y reconstruir sobre la base de datos preexistentes, muchos de ellos protegidos, no siempre con consentimiento, y casi nunca con equilibrio. En este modelo, las creaciones humanas se convierten en insumo, y sus autores, en sombras. Se configura así un escenario donde la asimetría entre máquinas y creadores es tan marcada como preocupante: una capacidad casi infinita y desregulada de producir, frente a una protección aún tímida, parcial y fragmentada.
Este escenario tan dispar no es solo relevante para los grandes actores de la industria creativa, sino para todas aquellas empresas que hacen uso de tecnologías de inteligencia artificial para la creación de su propio contenido. No se debe perder de vista lo ya dicho: la IA no crea en el vacío.
Adoptar esta perspectiva no solo refleja una postura ética frente a la propiedad intelectual ajena, sino que también mitiga riesgos legales significativos, que no solo se concentran en lo económico, sino también en lo reputacional.
Crear conciencia dentro de la organización sobre el hecho de que no todo lo que circula en internet es de libre uso resulta crucial. Mostrar hacia la información ajena el mismo cuidado y recelo que se espera hacia la propia es un excelente punto de partida para construir una cultura empresarial más responsable, informada y alineada con las mejores prácticas internacionales en propiedad intelectual y gestión de riesgos tecnológicos asociados al uso de la IA.
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La autora es abogada y socia de la firma Ecija a cargo del área de Propiedad Intelectual.