En pleno siglo XXI, la dualidad entre el cuerpo animal como símbolo de fuerza y la mente humana como símbolo de inteligencia tiene una nueva e insospechada posibilidad: la combinación del juicio, creatividad y sensibilidad del humano con la velocidad y capacidad de análisis de la Inteligencia Artificial (IA).
La colaboración entre humanos e IA es no solo necesaria y valiosa, sino, a mi manera de ver, imprescindible si queremos trascender como especie, no ya pretendidamente dominante, sino protagónica del futuro. No soy fatalista sobre un mundo en que la IA domina por la fuerza a los humanos, soy realista y creo firmemente que si no encontramos formas prácticas y sostenibles de cooperar y crear algún tipo de simbiosis entre la IA y los humanos, no seremos destruidos, pero sí vueltos insignificantes y ajenos (al menos la mayoría) al quehacer y deber de “poblad y dominad la tierra”.
¿Qué implica ser “mitad humano, mitad IA” en el contexto actual de los negocios? Implica reconocer que ni la tecnología ni las personas, por sí solas, son suficientes para enfrentar y superar los desafíos actuales. La verdadera ventaja competitiva está en su integración: un humano aumentado por IA y una IA guiada por principios y objetivos humanos.
El término “centauro” no es nuevo en el ámbito de la colaboración entre tecnología y humana. Es más, escribí un artículo hace varios años en este mismo semanario (El Ajedrez y el Machine Learning, 5 de setiembre del 2020). Lo nuevo y diferente es que en aquella oportunidad mencionaba que esos mismos centauros habían sido superados por la IA, específicamente por el Machine Learning (ML). Todo ML es IA, pero no toda IA es Machine Learning y hoy lo que planteo es una nueva simbiosis ya no solo entre la creatividad e ingenio del humano ajedrecista y el mero poder computacional y transaccional de un computador, sino entre los humanos y la IA. Podríamos llamarla neocentauros.
Es decir, estamos hablando de ir mucho más allá de la automatización. Ya hoy día vemos prometedoras áreas de colaboración en finanzas (analistas que combinan intuición con algoritmos predictivos) en salud (médicos que usan IA para diagnósticos más precisos), en leyes (abogados que revisan contratos con herramientas de lenguaje natural) y en computación (programadores que usan LLM para convertir sistemas legados -COBOL, RPG, ensamblador, etc.- en nuevos y renovados sistemas de información).
Entonces, no es la posibilidad y la capacidad de hoy lo que me preocupa, como no me preocupa sostener que un erudito puede mantener una conversación inteligente con un niño menor. No es la ocasión, el incidente, es la sostenibilidad en el tiempo de esa combinación y posibilidad.
Lo que hoy vemos como colaboración entre humanos e IA seguirá creciendo y sofisticándose hasta que, me temo, llegará un momento en que una de las partes (no tengo ninguna duda que será la IA) será tan distintivamente superior que ella misma perderá el interés en mantener la relación, esa simbiosis o colaboración entre las partes, igual que el erudito podría perder el interés en seguir conversando con el niño.
Eso podría suceder a menos que hagamos que la fogosidad, espontaneidad y naturaleza del niño siga siendo valorada, apetecida o mandataria para el adulto erudito. Ahí precisamente donde residen mis mayores temores: ¿cómo hacer la participación humana valiosa, buscada u obligatoria para la IA? ¿Por diseño? ¿Por mandato legal? ¿Por conveniencia?
El objetivo como raza es amplificar la capacidad humana, no reemplazarla. Por ejemplo, un profesional puede delegar tareas repetitivas en la IA para enfocarse en estrategia, creatividad o toma de decisiones éticas. Esto es perfectamente posible hoy, pero será cada vez más difícil de mantener porque, nos guste o no, la IA irá superando con el tiempo a los humanos en estrategia, creatividad e inclusive decisiones éticas. Sencillamente -y esta es la parte que duele- todo, y repito, todo lo anterior es resultado de algoritmos sofisticados.
La IA ha demostrado ser más creativa que el mejor de los maestros ajedrecistas. Hoy puede, a través de sensores bioquímicos, faciales o auditivos, determinar si una persona está cansada, mintiendo, alterada, triste o contenta. Hoy puede programarse o aprender a responder en una forma “empática”, es decir, con la capacidad de comprender y compartir los sentimientos y pensamientos de una persona interpretando sus señales bioquímicas o fisiológicas. Es decir, ya hoy pueden -todavía con ciertas limitaciones- actuar como humanos y brincarse millones de años de evolución.

No habrá terreno —llámese creatividad, empatía, “sentimientos”, ética, etc— en que la IA no nos supere con reglas y algoritmos derivados por alguien o aprendidos por las mismas IA. Puede que no nos guste, pero de que es posible, es posible. Una ética escrita a partir de valores derivados de algunas normas o creencias que serán autodefinidos por humanos al principio, pero matizados por los mismos algoritmos eventualmente... ¿asusta?, sí; ¿imposible?, no.
La coexistencia entre humanos y IA será nuestra única posibilidad de seguir siendo relevantes, dominantes y protagonistas. ¿Es la figura del neocentauro el camino? ¿Y cómo evolucionamos, crecemos y construimos un modelo sostenible? No tengo la respuesta, pero de ahí dependerá que el texto bíblico de “poblad y dominad” siga siendo no solo sostenible, sino vigente.
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Carlos Gallegos es ingeniero y administrador de empresas, profesor en el INCAE y la LEAD University.