
“Costa Rica es uno de los países más ricos en biodiversidad en el mundo”, afirma una prestigiosa publicación internacional. Estrellas de Hollywood vistan cada vez más esta tierra y hasta adquieren propiedades.
En efecto, nuestro país es muy hermoso y diverso, sosteníamos hace más de tres décadas, en un artículo del mismo nombre del que encabeza esta publicación, cuyo contenido, en lo esencial, sigue vigente.
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Sí, volcanes desafiantes, montañas empinadas, verdes y frescas atraviesan el país de norte a sur; también son cautivadoras la bravía pampa, las exuberantes llanuras del norte y las aún más exuberantes llanuras del Atlántico.
Y qué decir de la extraordinaria diversidad de la Península de Osa, del Golfo Dulce y los Humedales de Térraba–Sierpe y de las esferas del Valle del Diquis, patrimonio cultural de la humanidad, esto último. Todos ellos son ejemplo de los múltiples paisajes que conforman el territorio nacional, que recrean la mente y enaltecen el espíritu.
En efecto, de la belleza de nuestro país casi nadie duda. Sin embargo, tantos encantos que ofrece la naturaleza son disfrutados por pocos, sin contar los que prefieren otros lares.
¿Cuántos guanacastecos han surcado las lagunas del Tortuguero? ¿Cuántos “vallecentralinos” han emprendido una caminata en el Parque Corcovado o disfrutado de la compañía de los delfines en el Gofo Dulce? ¿Qué porcentaje de habitantes de las zonas fronterizas han disfrutado alguna vez del aire puro que se respira en la cima de nuestros volcanes?
Costa Rica ha tenido un considerable avance en su etapa contemporánea en múltiples ámbitos. Ese mejoramiento colectivo, aunque acompañado por una persistente desigualdad, ha sido posible gracias al desempeño de lo público y privado.
Utopías...
Sin embargo, hay un campo en que el accionar de lo público ha sido mínimo: la promoción del turismo, de mayorías o turismo popular.
Se debe reconocer, eso sí, que en el apogeo del Estado de bienestar, el ICT construyó numerosos miradores y paradores turísticos en el Valle Central. Particularmente notables eran las instalaciones en Jacó.
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Estos sitios ofrecían al turista las comodidades necesarias para pasar todo el día gozando de sano esparcimiento. Pero ese quehacer se congeló...
Es hora de democratizar el disfrute de la naturaleza. Es cierto que en años recientes se incorporó a la Constitución un artículo que habla de garantizar el derecho de los costarricenses a un ambiente sano. Pero eso no debe significar sólo la protección de la naturaleza, sino también que ésta pueda ser disfrutada por la mayor parte de la población.
Siempre es válido y útil aprender de las experiencias positivas del pasado. Cabe revivir, mejorándolas, las experiencias desarrolladas por el ICT.
No se requiere de sumas astronómicas para, aprovechando los espacios físicos e instalaciones de instituciones como el Minae, el Inder y actividades del Museo Nacional (Parque de las Esferas), Museo Juan Santamaría (Ruta de los Héroes), por ejemplo, desarrollar lugares a lo largo y ancho de la geografía patria que contribuyan a la democratización de la naturaleza.
Muchas de las realidades de hoy, en el pasado fueron utopías. Poner la naturaleza al alcance del mayor número de compatriotas, no debe ser la excepción.
Todo el que pueda, debe contribuir a su concreción. ¡Hagamos Historia!