El reciente acuerdo sobre inteligencia artificial entre Estados Unidos y los Emiratos Árabes Unidos, que allana el camino para que este país establezca uno de los mayores campus de datos del mundo, ha suscitado un debate acalorado en Estados Unidos. The New York Times se preguntaba si el presidente Donald Trump estaba “comerciando con el futuro tecnológico de Estados Unidos”, mientras que Bloomberg advertía que “deslocalizar la IA a Oriente Medio podría darle una victoria a China”.
En el centro del acuerdo está el compromiso de venderles a los EAU 500.000 de los semiconductores más avanzados de Nvidia al año (a modo de comparación, se dice que se utilizan 200.000 chips para alimentar Colossus de Elon Musk que, según se cree, es la mayor supercomputadora de IA del mundo). Se trata de una clara victoria para los EAU, que aspira a posicionarse como líder tecnológico. Pero el acuerdo también pone de relieve un cambio profundo en la dinámica del poder global: la soberanía tecnológica ya no es una opción; se ha convertido en un imperativo estratégico.
Las implicancias económicas y geopolíticas podrían ser de amplio alcance. En tanto los países compiten por el dominio en IA, semiconductores e infraestructura en la nube, el verdadero desafío consiste en lograr autonomía tecnológica sin recurrir a políticas proteccionistas. Para ello es necesario encontrar un delicado equilibrio entre la cooperación internacional y los riesgos para la seguridad nacional.
La apuesta de los EAU por el liderazgo en IA es un buen ejemplo. Para convertirse en una usina tecnológica, tiene que fomentar la innovación nacional y transitar, al mismo tiempo, un panorama digital cada vez más interdependiente.
A medida que se intensifica la carrera por la supremacía tecnológica, la soberanía tecnológica se ha convertido en una máxima prioridad para los gobiernos de todo el mundo. La capacidad de diseñar, construir y mantener sistemas críticos y capacidad de producción de forma independiente es ahora esencial tanto para la competitividad económica como para la seguridad nacional, especialmente a medida que se realinean las cadenas de suministro globales.
En esencia, la soberanía tecnológica y manufacturera consiste en mantener el control sobre los pilares tecnológicos que sustentan las economías modernas, desde los semiconductores hasta las redes 5G. Depender de fabricantes de chips o servicios en la nube extranjeros puede provocar retrasos, escasez y vulnerabilidades estratégicas. En consecuencia, la competitividad económica depende cada vez más de la fuerza de la innovación nacional. Para los países en desarrollo, en particular, reforzar la capacidad local es un requisito previo para la creación de empleo, la generación de valor y la resiliencia a largo plazo.
Las sacudidas económicas globales de los últimos años, especialmente la invasión rusa de Ucrania y la escasez de semiconductores relacionada con una pandemia, han puesto de relieve el vínculo entre la seguridad nacional y la independencia tecnológica. Para proteger de la influencia extranjera a sectores clave como la defensa, la energía, las finanzas y la salud, los gobiernos necesitan redes de comunicación seguras, sistemas de defensa inflexibles y soluciones de IA basadas en datos confiables.
En la era digital, la soberanía también implica proteger la privacidad de los ciudadanos. El control sobre la gobernanza de los datos, la encriptación y la infraestructura de almacenamiento es crucial para evitar la exposición a la vigilancia extranjera o a la legislación que socava la protección de la privacidad nacional y las libertades civiles.
Pero las pilas tecnológicas no son solo una combinación de hardware y software. Son ecosistemas sociotécnicos que comprenden capital humano, instituciones de investigación, cadenas de suministro, marcos de propiedad intelectual y un entorno de políticas más amplio. Lograr la soberanía tecnológica, por ende, requiere de algo más que de la construcción de una planta de fabricación o del alojamiento de datos en un servidor local. Exige que el gobierno, el mundo académico y la industria trabajen mancomunadamente para avanzar hacia objetivos compartidos.
Los gobiernos, en particular, tienen un papel importante que desempeñar en el establecimiento de prioridades estratégicas, la financiación de la investigación, la regulación de las plataformas y la nivelación del campo de juego para los innovadores nacionales. Además de las inversiones en educación, investigación y desarrollo, y política industrial, la contratación pública puede ayudar a desbloquear nuevas oportunidades para los proveedores de tecnología locales.
Sin duda, la innovación no puede comercializarse ni escalarse sin el sector privado. Desde los fabricantes de chips hasta las nuevas empresas de IA, los actores de la industria necesitan incentivos claros, marcos políticos de apoyo y un clima de inversión estable para crecer. Las asociaciones público-privadas pueden ayudar a mitigar riesgos, colmar lagunas de conocimiento y acelerar el desarrollo de tecnologías de frontera.
Mientras tanto, las universidades y los laboratorios de investigación deben seguir sirviendo como incubadoras de talento de los motores de la innovación. Al fomentar la colaboración entre instituciones académicas y empresas privadas, los responsables de las políticas pueden garantizar un flujo constante de profesionales calificados e ideas prometedoras hacia la economía en general.
En sus esfuerzos por construir un ecosistema de innovación próspero, los EAU deben mirar más allá de las inversiones de capital en infraestructura física. Su éxito dependerá del fortalecimiento de los vínculos entre las instituciones académicas y el sector privado, al tiempo que perfeccionan continuamente sus marcos de políticas para atraer y retener una mano de obra diversa y altamente calificada.
Pero la búsqueda de la soberanía tecnológica no debe derivar en proteccionismo digital. En lugar de perseguir una visión poco realista de autosuficiencia total, los responsables de las políticas deben buscar la autonomía estratégica estableciendo políticas tecnológicas nacionales y manteniéndose abiertos a la cooperación internacional.
La Unión Europea ofrece un modelo útil. Decenas de empresas y organizaciones tecnológicas europeas han expresado su apoyo a la iniciativa EuroStack, cuyo objetivo es reducir la dependencia de infraestructura extranjera desarrollando alternativas nacionales competitivas en computación en la nube, IA y software. Al mismo tiempo, la UE pretende frenar el poder de mercado de las empresas estadounidenses aplicando la Ley de Mercados Digitales a pesar del rechazo de las Grandes Tecnológicas.
Aunque el acuerdo entre Estados Unidos y los EAU ha atraído una gran atención mediática, poco se sabe sobre la manera en que aborda los problemas de seguridad nacional y los riesgos geopolíticos. La forma en que se aborden estas cuestiones determinará si el campus de IA de los EAU se convierte en un modelo de colaboración estratégica internacional o en un ejemplo admonitorio sobre los peligros de pasar por alto la seguridad digital.
Los obstáculos para lograr la soberanía tecnológica son significativos y polifacéticos. Los costos elevados de la producción de semiconductores, la complejidad de las cadenas de suministro globales y el dominio del mercado por parte de las grandes empresas tecnológicas dificultan que un solo país pueda garantizar la plena soberanía sin asociaciones internacionales confiables.
Ante esta realidad, los responsables de las políticas deben integrar las consideraciones de soberanía en los acuerdos comerciales y en los marcos de intercambio de datos. La profundización de la asociación tecnológica entre Estados Unidos y los EAU, los esfuerzos de la UE por equilibrar regulación y competitividad y las formidables barreras a la autosuficiencia de los semiconductores demuestran que la colaboración estratégica sigue siendo vital incluso en un panorama geopolítico volátil.
Lo que está en juego no es solo quién desarrolla los chips más rápidos y los algoritmos más potentes, sino quién redacta las normas que rigen el mundo digital. Este tipo de influencia depende de algo más que de la destreza tecnológica; exige equilibrar la seguridad nacional con la apertura económica. Los países que consigan mejorar su capacidad de resiliencia nacional al tiempo que forman alianzas internacionales serán los que impulsen la innovación global en los próximos años.
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El autor es investigador invitado en la iniciativa Política Planetaria de New America.