Los medios de noticias tienden a centrarse en las grandes potencias, porque son las que disponen de más recursos, como resultado de economías, ejércitos y dotaciones energéticas relativamente mayores. Pero ese dominio no es gratuito. Por ejemplo, un solo portaaviones estadounidense clase Gerald R. Ford cuesta 13 000 millones de dólares, mientras que el caza F‑35 cuesta unos 100 millones de dólares. De modo que quien consiga fabricar equipamiento militar por menos dinero podrá obtener ventajas estratégicas sobre sus oponentes.
Pero incluso esas ventajas comienzan a perderse, conforme tecnologías cruciales reordenan las asimetrías militares y de poder. En concreto, el acceso barato a drones, teléfonos y energía solar está alterando el orden mundial. El ejemplo más obvio es en el ámbito militar, donde países “débiles” causan daños significativos a oponentes de mayor tamaño mediante el uso de drones. El 1 de junio Rusia se llevó una gran sorpresa, cuando en lo que se bautizó como “Operación Tela de Araña”, Ucrania envió drones ocultos en camiones a cercanías de bases aéreas rusas y destruyó con ellos una importante cantidad de aviones de combate rusos.
Ucrania revolucionó la guerra de drones, y ahora fabrica en un mes más de 200.000 unidades con visión en primera persona (FPV). Esa producción no demanda un enorme complejo industrial militar ni altos desembolsos de capital; hay versiones comerciales de drones FPV al alcance de cualquiera por menos de 300 dólares. Además, lo acotado del costo no se corresponde con el poder de la tecnología. Un dron FPV puede atravesar con facilidad las defensas enemigas y vigilar un objetivo durante horas, lanzar ataques de precisión o adaptarse a una variedad de funciones. ¿Cuántos se necesitan para inutilizar un portaaviones clase Ford, y a qué fracción de su costo?
Asimismo, en el área de las finanzas, el teléfono móvil altera y, lo más importante, amplía el alcance de la información, de los mercados y de los productos, eliminando al hacerlo intermediarios tradicionales. También está transformando la educación, el empleo y el crecimiento en todo el sur global.
En un país como Kenia, la comunicación, el acceso a información y los servicios financieros siempre habían requerido una importante inversión en infraestructura tecnológica y bienes de capital. Pero la adopción del teléfono inteligente por más del 80% de la población está cambiando la situación rápidamente. Las transacciones financieras móviles se han convertido en norma, con un uso que alcanza el 77% y el 89,7% en las zonas rurales y urbanas, respectivamente. Los beneficios económicos son evidentes. El gobierno keniano calcula que la economía digital representará casi el 10% del PIB en 2025. Y conforme los teléfonos y el acceso a la red se sigan abaratando, los actores establecidos en los sectores de los medios, la banca y otros servicios enfrentarán una intensa competencia.
En el área de la energía, Estados Unidos es el segundo mayor productor mundial, y bajo la presidencia de Donald Trump, una cuota mayor de esa producción se basa en hidrocarburos. Ya es habitual que los “acuerdos” comerciales del gobierno estadounidense incluyan cláusulas complementarias que buscan imponer a aliados y socios comerciales un vínculo duradero con el uso de los combustibles fósiles, obligándolos a comprar a Estados Unidos petróleo, gas natural licuado y otros derivados. Pero la energía solar también está alterando este sector. En Europa y Estados Unidos preocupa el dominio de China en tecnología verde, pero no se tiene en cuenta a los consumidores de energía. La creciente asequibilidad de la tecnología solar benefició a muchos países en desarrollo y mercados emergentes, conforme la industria solar china abarató sus precios.
En 2025, por poner un ejemplo, la exportación de tecnología solar china a Argelia se multiplicó por 85 en comparación con 2024. Pakistán también aprovechó el abaratamiento de los paneles, y ya genera el 20% de su suministro eléctrico con energía solar. En todo el sur global, la energía solar ofrece seguridad energética y libera a los países de los problemas de cuenta corriente derivados de la importación de energía. Sobre todo en zonas rurales no conectadas a la red, la energía solar supone una independencia energética real, que mejora la calidad de vida de millones de personas.
También en este caso, tecnologías baratas están eliminando intermediarios monopólicos establecidos. La energía solar resulta ventajosa incluso para los países productores de hidrocarburos, ya que protege el consumo interno de energía contra perturbaciones geopolíticas de los precios y les permite destinar los combustibles fósiles a la exportación, que es mucho más rentable.
Separadas, las tres tecnologías ya son dignas de destacar e interesantes, pero en conjunto, su adopción hace pensar que puede estar en marcha una transición económica mundial en mayor escala. El economista austríaco Joseph Schumpeter sostuvo que una transición de este tipo se puede detectar por la aparición de nuevos tipos de bienes, nuevos métodos de producción y nuevas formas de organización industrial. Los drones, los teléfonos y la energía solar cumplen estos requisitos.
Lo que estamos viendo no es una mera transformación tecnológica u organizativa dentro de un solo país, sino una transformación geopolítica en la que innovaciones baratas y compartibles están debilitando las viejas ventajas de los grandes y poderosos. Queda por ver si la inteligencia artificial (si cumple sus promesas), invertirá o reforzará esta tendencia, pero nosotros apostamos a que la acelerará.
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Mark Blyth es catedrático de Economía Internacional y director del Centro William R. Rhodes de Economía y Finanzas Internacionales de la Universidad de Brown, es coautor (junto con Nicolò Fraccaroli) de Inflación: Una guía para usuarios y perdedores (W. W. Norton, 2025). Daniel Driscoll es profesor adjunto de Sociología en la Universidad de Virginia e investigador asociado del Instituto Roosevelt, es autor del libro de próxima publicación Por qué fracasaron los impuestos al carbono (Oxford University Press). Traducción: Esteban Flamini.