En conversaciones con empresarios de distintos sectores, es común escuchar preocupaciones sobre el futuro: ¿cómo crecer de forma sostenible?, ¿cómo adaptarnos a nuevos entornos competitivos?, ¿qué decisiones estratégicas estamos postergando por falta de datos o claridad? Estas inquietudes no siempre se abordan desde el espacio correcto. Una herramienta poderosa — aunque a veces subestimada— para enfrentar estos retos es una valoración financiera bien conducida.
Muchos piensan en una valoración financiera únicamente cuando están explorando una venta, una fusión o la entrada de un socio. Si bien esos escenarios la justifican, limitarla a contextos transaccionales es desperdiciar una oportunidad clave. Una valoración profesional puede —y debería— usarse como una herramienta de gestión estratégica, representando a la vez una excusa poderosa —y a menudo necesaria— para detenernos, mirar hacia adentro, cuestionar lo que damos por sentado y, sobre todo, repensar hacia dónde queremos llevar el negocio.
En el entorno competitivo actual, donde la presión por optimizar, innovar y mantenerse relevante es constante, muchos empresarios enfrentan una realidad incómoda: conocen su negocio, pero no siempre comprenden a fondo su modelo de negocio. Aquí resulta valioso el marco propuesto por Clayton Christensen, que nos invita a analizar con mayor profundidad qué problema resolvemos realmente, para quién lo hacemos, y cómo está estructurado nuestro negocio para entregar esa propuesta de valor de manera rentable y diferenciada.
Desde esa óptica, una valoración bien planteada deja de ser un ejercicio frío de múltiplos o flujos descontados. Se convierte en un proceso profundamente estratégico que obliga a la organización a identificar sus verdaderos motores de valor: ¿qué segmentos son realmente rentables?, ¿qué capacidades internas nos generan ventajas competitivas?, ¿qué áreas drenan valor sin darnos cuenta?
Además, el proceso revela lo que no está a la vista: carencias de información concreta para tomar decisiones, falta de trazabilidad en los indicadores de desempeño, ausencia de claridad en la rentabilidad por línea de negocio o por canal. Muchas veces, la valoración pone en evidencia la necesidad de invertir en mejores sistemas de información, fortalecer la estructura financiera o profesionalizar ciertas áreas clave. También muestra las oportunidades: procesos donde puede haber eficiencia, negocios secundarios que diluyen el foco, o capacidades que pueden aprovecharse mejor.
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Acompañados por un equipo profesional de asesores —con experiencia comprobada y una visión holística que integre lo financiero, lo estratégico y lo operativo— este proceso trasciende los números, convirtiéndose en un espejo honesto y, al mismo tiempo, en una plataforma estructurada de pensamiento. No se trata solo de proyectar flujos o estimar múltiplos, sino de generar un espacio riguroso para validar o refutar hipótesis de crecimiento, modelar escenarios bajo distintos grados de ambición, anticipar requerimientos de capital y medir la viabilidad real —en tiempo, forma y capacidades— de nuevas iniciativas. Este abordaje también permite identificar cuellos de botella, brechas de talento o capacidades críticas que deben desarrollarse para que las aspiraciones estratégicas de la empresa sean factibles, sostenibles y alineadas con su realidad operativa.
Como bien señalan quienes estudian los procesos de cambio exitoso, no basta con que la alta dirección tenga claridad, es fundamental movilizar a la organización detrás de una visión compartida, clara y realista del futuro. Es necesario activar múltiples palancas de liderazgo e involucrar a personas clave en distintos niveles para traducir la estrategia en acción. La valoración, en ese sentido, puede ser el punto de partida que da lenguaje común, foco y urgencia al proceso transformacional que la empresa necesita.
En mi experiencia, los mejores procesos de valoración son aquellos que logran tender un puente entre la alta gerencia, los equipos operativos y los accionistas. Permiten hablar con claridad sobre lo que funciona, lo que no, y lo que hay que repensar. Y, sobre todo, facilitan una conversación crucial: ¿a dónde queremos ir? ¿cómo vamos a llegar ahí?
Para muchas empresas familiares o medianas, este tipo de procesos pueden parecer ajenos o incluso un gasto innecesario. Pero en un entorno donde los márgenes se reducen, los consumidores cambian sus hábitos con rapidez y la competencia —local o internacional— se vuelve más sofisticada, entender a fondo el negocio y sus verdaderas palancas de generación de valor deja de ser una opción. Se vuelve una condición de supervivencia.

Valorar una empresa no es solo ponerle precio. Es preguntarse, con rigor y honestidad, si el camino que estamos siguiendo nos lleva realmente a donde queremos llegar. Es analizar si la estrategia actual es capaz de sostener el negocio en el tiempo, y si no lo es, qué cambios —muchas veces incómodos— debemos enfrentar. Ese proceso, lejos de ser un gasto, es una inversión en claridad, en foco y en posibilidades. Porque no hay crecimiento sostenible sin dirección estratégica, y no hay dirección estratégica sin diagnóstico profundo.
Desde nuestra experiencia como asesores en BDO, sabemos que cada empresa enfrenta sus propios retos y oportunidades. A veces, el primer paso para transformar una empresa es entender con claridad su valor.
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El autor es MBA, director de la práctica de Deal Advisory para BDO Costa Rica. Especializado en fusiones y adquisiciones.