Encontré interesante el artículo del ingeniero Roberto Sasso (“Lo malo del teletrabajo”. La Nación. 5 set. 22), sobre todo al venir de un referente en temas de tecnología e informática. Quisiera aportar algunas experiencias.
En una reunión con colegas coincidimos en que el teletrabajo nos alivió de las presas del tránsito, pero hurgando más, dos opiniones me llamaron la atención. Alguien decía, “siendo muy sincero”, que en casa le era harto difícil concentrarse, dada la innumerable fuente de distracciones, muchas generadas por el entorno familiar (la lista era muy amplia), y otras provocadas por sí mismo. Al terminar la jornada, era poco lo realmente laborado.
Otra persona reconocía que el distanciamiento social le había generado una profunda apatía. Pereza de volver a reuniones presenciales, de ir al supermercado, la farmacia, a un restaurante, visitar familiares o cualquier gestión. Simple y llanamente apatía. Al sincerarnos, todos coincidimos.
Como en el cuento de El Traje Nuevo del Emperador (Andersen), todos hemos callado los atenuantes, generalizando el teletrabajo como el non plus ultra, soslayando las sombras que implica en las personas, las organizaciones y la sociedad.
La realidad es que reunir en el hogar condiciones de un sitio reservado, velocidad y estabilidad de conexión, ventilación, suficiente luz, silencio, equipo ergonómico, entorno favorable a la concentración, es privilegio de muy pocos (ver en El Financiero: Retos del teletrabajo del 22 dic. 21).
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La situación se agrava en organizaciones con jefaturas laxas, donde aún antes de la pandemia no ejercían un adecuado control de eficiencia. Un amigo me decía que en su organización la regla es: “si uno hace el trabajo del día en ocho horas, bien; si lo hace en una hora, puede hacer el resto del día, lo que quiera”. También escuché el caso de dos personas que se encuentran en el supermercado, y luego de una larga plática, caen en cuenta de que ambos estaban, en ese momento, “teletrabajando”. Siendo sinceros, todos podemos aportar más ejemplos.
El Ing. Sasso hace un recuento de inconvenientes del teletrabajo, en aspectos como mentoría de los viejos a los nuevos colaboradores, adaptación y cohesión de grupo, todo lo cual arriesga la cultura organizacional.
El otro ámbito es la salud mental, que no es peccata minuta. La Organización Mundial de la Salud destacó que “solo en el primer año de pandemia, los trastornos de depresión y ansiedad aumentaron 25%, generando una crisis mundial de salud mental, alimentando el estrés a corto y largo plazo, y socavando la salud mental de millones de personas” (Informe Anual de Salud Mental 2022, capítulo 2). La investigación de Miranda, Prendas y Miranda, 2021, de la UNA (Teletrabajo, valoraciones de personas trabajadoras en relación con ventajas y desventajas, percepción de estrés y calidad de vida) encontró que “entre principales carencias de los trabajadores, la ausencia de compañerismo y trabajo colaborativo… es una realidad de quienes normalmente trabajan a distancia, lo cual es una clara afectación, pues no satisface sus relaciones sociales y, en consecuencia, afecta su calidad de vida”.
Benjumea-Arias, Villa y Valencia (2017), Nuñéz y Quirós (2017), mencionan la correspondencia entre teletrabajo y relaciones personales. “Al limitarse el intercambio social, se percibe un sentido inferior de identificación con la institución y sus pares”.
Las empresas no deben ver esto como un problema del individuo o algo que se diluye en la sociedad; la realidad es que mina las relaciones internas, la relación con clientes y proveedores, dañando la efectividad de la organización y su sobrevivencia a largo plazo.
Es cierto que pululan encuestas señalando una mayor disposición de los colaboradores a la virtualidad que a la presencialidad (principalmente en el primer año de la pandemia). Es previsible que los trabajadores siempre estaremos inclinados a la comodidad personal, y menos a los fines de la organización, de ahí que los resultados de las encuestas no son determinantes por sí solos.
Desde el punto de vista macro y microeconómico, desde la perspectiva social, emocional y de salud, es fundamental promover la presencialidad, con la vehemencia con que tres años atrás abogamos por la virtualidad. Debemos comprender que se puede tener distanciamiento físico, sin caer en distanciamiento social.
Más que modalidad híbrida, es pensar en una presencialidad laboral con flexibilidad. El tema no podemos decidirlo desde nuestra conveniencia personal inmediata, sino desde una perspectiva integral, organizacional, social y de largo plazo.
El autor es economista.
