El fútbol es un deporte donde el talento individual, la capacidad atlética, el trabajo de equipo, la técnica y la táctica se unen para crear una dinámica que es a la vez competencia y colaboración, entretenimiento, salud, identidad, ejemplo y fuente de valores.
Por eso es que me duele tanto ver cómo este maravilloso deporte se convierte en fanatismo, corrupción y violencia cuando se maneja mal.
Cada equipo, por la identidad que genera en sus seguidores y por la gran visibilidad que tiene, es un modelo de comportamiento para la sociedad.
Hay equipos que son ejemplo de lo que deberíamos tener en este deporte. Es el caso de Saprissa debido a su comportamiento, discurso mesurado y consistente —qué ejemplo da don Carlos Watson—, su trabajo social y profesionalización en todos los niveles .
Lamentablemente, hay otras escuadras que son ejemplo de lo malo del fútbol.
Dirigentes capaces de usar recursos ilegales para “facilitar” resultados. Jugadores y entrenadores son en exceso agresivos en lo físico y en el discurso hacia los rivales y los árbitros, llegando incluso a ser grabados agrediendo a sus colegas por la espalda.
Equipos cuyos contratos “oficiales” no representan la verdadera compensación de su planilla, un recurso para evadir impuestos y cargas sociales a vista y paciencia de las autoridades.
Jugadores que “engañan” e intimidan a los árbitros, con el respaldo de sus entrenadores y dirigentes.
Ni hablar de las “barras organizadas” que pudiendo ser una comunidad organizada para el disfrute y el bienestar colectivo se convierten poco a poco en pandillas descontroladas que llevan fanatismo y violencia a lo que debiera ser un bello espectáculo familiar.
Hay que rescatar nuestro deporte rey, pues poco a poco se ha “criminalizado”.
Para hacerlo es necesario que sus máximas autoridades —Fedefutbol y Unafut— en alianza con el Gobierno, el Estado y los medios de comunicación hagan todo lo que corresponda antes de que sea demasiado tarde.