Al cumplirse tres años de la administración de Rodrigo Chaves, esperábamos que el presidente se presentara ante la Asamblea Legislativa para cumplir con su deber constitucional de rendir cuentas, puntualizando los avances de su agenda y señalando el camino que el gobierno recorrerá en el cuarto y último año de gestión, con el fin de satisfacer los compromisos adquiridos ante el electorado y acatar el mandato del pueblo. Desafortunadamente, no fue así.
Al escucharlo el pasado 5 de mayo, constatamos que el mandatario dejó en el olvido los desafíos que el país enfrenta y que él mismo había identificado en su discurso de toma de posesión: una maltrecha educación, un sistema de salud deficiente, una infraestructura rezagada, y el asedio incesante de la inseguridad y el narcotráfico. Atrás quedó también su invocación a trabajar dentro del marco riguroso del Derecho, al diálogo con la Asamblea Legislativa, y a no evadir sus responsabilidades argumentando que este es un país ingobernable.
Su intervención se concentró en repartir culpas, proferir ofensas y atacar, una vez más, a las instituciones cuyo deber es señalar y controlar los excesos políticos o legales de cualquier gobernante. Tras un sinnúmero de planes frustrados, decretos ilegítimos y proyectos fracasados, incluyendo la tristemente recordada propuesta de referéndum para limitar a la Contraloría General de la República, la realidad es que hoy la educación pública —cuya ruta sigue engavetada— sigue con graves problemas de infraestructura y de calidad de contenidos. Además, las listas de espera en la CCSS siguen afectando a miles de costarricense mientras que iniciativas tan importantes como la construcción del Hospital de Cartago siguen estancadas, sin que nadie logre explicar las razones por las que el gobierno le ha puesto cientos de zancadillas. También, la infraestructura —a pesar de la conclusión de algunas obras gestionadas en su mayoría por administraciones anteriores— sigue haciendo aguas y el tráfico urbano ha colapsado sin que se vislumbre una solución realista. Finalmente, las cifras de víctimas y el terror provocado por el crimen organizado son ya espeluznantes, mientras el mandatario anunció sin vergüenza que el país no puede contar con él para la solución de ese flagelo.
Se le reconoce al gobierno su compromiso con la disciplina fiscal, que el crecimiento económico ha sido aceptable, que ha bajado la pobreza y la tasa de desempleo, y el haber retomado la integración comercial. Asimismo, coincidimos con él en la necesidad de llevar adelante cambios estructurales y una reorganización profunda del Estado con el propósito de que las instituciones sean más efectivas y capaces de responder oportunamente a las necesidades de la ciudadanía. Desde este medio hemos abogado por esos cambios desde hace muchos años y lo mismo han hecho, con menor o mayor éxito, otros líderes y dirigentes políticos de variados partidos.
Pero lo que el presidente Chaves nunca ha entendido es que los cambios que muchos queremos no se logran dinamitando puentes, denigrando a los opositores, acallando a la prensa, insultando a los otros poderes del Estado o persiguiendo a quienes piensan diferente. La estrategia de renunciar a la negociación política, arengar semanalmente desde Zapote, sembrar el odio y polarizar al país no nos dará las soluciones requeridas. Por ello, no es de extrañar la poca cosecha de este gobierno ni los profundos vacíos y omisiones del reciente mensaje presidencial.
Asimismo, es desconcertante percibir que las señales que el mandatario envía con su discurso indican que esta administración ha tirado ya la toalla en su labor de gobierno, para dar paso a la acción político-electoral. Con tantos y tan serios problemas sin resolver —y peor aún, agravándose día con día—, sería imperdonable perder doce meses más sin darle a cada uno de ellos la atención debida, bajo el espejismo de creer que en un futuro podrá contarse con mayorías hegemónicas en pos de una meta desconocida.
Pero lo más angustiante de todo ha sido confirmar que el presidente Chaves carece de la visión, el liderazgo, la madurez, la destreza política y el respeto que se requieren para dirigir una democracia centenaria como la costarricense, caracterizada por la existencia de una multiplicidad de fuerzas políticas y una institucionalidad consolidada, en donde prevalecen los pesos y contrapesos en el ejercicio del poder, indispensables para garantizar los derechos y libertades que gozamos. En estas circunstancias, corresponde, por un lado, a los demás actores políticos y sociales mantener la cordura y hacer un esfuerzo extraordinario para que el país permanezca en la senda de la sensatez. Por el otro, la población debe estar consciente de los peligros que acechan y reaccionar con la responsabilidad histórica que las circunstancias exigen.
