En El Financiero (EF) utilizamos inteligencia artificial (IA) todos los días en casi todos los aspectos de nuestro trabajo. A un periodista le puede servir para reportear temas, para sugerirle preguntas de cara a una entrevista o para transcribir audios; al encargado de redes le apoya para generar copys para los posteos y barajar títulos alternativos; a los editores les ayuda a revisar esos pequeños errores ortográficos o dedazos que se les pueden escurrir de vez en cuando al ojo humano. Utilizamos la IA, incluso, para generar artículos; normalmente cortos, de temas relativamente sencillos y de carácter descriptivo.
Aunque apenas han transcurrido tres años desde la irrupción de las IA generativas, las he adoptado tanto en mis quehaceres personales y laborales que ya siento cómo poco a poco empiezo a olvidar qué hacía para resolver algunos de los pequeños inconvenientes del día a día cuando no tenía idea de qué era ChatGPT.

Este uso diario de IA en el ambiente laboral siempre es —por lo menos para mí— un dilema. No necesariamente porque ya piense que es bueno o malo, sino porque todos los días tengo que preguntarme justamente eso: ¿es bueno o malo? La respuesta concreta siempre es elusiva y varía con el tiempo y los casos —especialmente para la creación de artículos—, pero siento la imperiosa necesidad de plantear la duda cada vez que pueda, aún cuando ya la haya contestado el día anterior.
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El principal objetivo del uso de la IA en EF para crear artículos —o por lo menos el que más me gusta— es el siguiente: nos ayuda a hacer notas pequeñas, descriptivas, que permiten liberar el tiempo de nuestros redactores para que ellos se dediquen a elaborar los temas fuertes de nuestra agenda; esos que no tienen un fin descriptivo, sino interpretativo, analítico e investigativo. En palabras sencillas, con IA hacemos algunas notas cortas para que los periodistas trabajen en reportajes grandes, de más profundidad, que requieren que no solo escriba, sino que probablemente recopile información, la analice, pregunte al respecto y luego elabore un texto; básciamente lo que creemos que la inteligencia artificial no puede reemplazar.
También hay humanos en el proceso; esas publicaciones más sencillas que hacemos con IA no nacen de la generación espontánea, no le decimos a ChatGPT que “haga una nota sobre X tema” y listo. Los editores le damos una instrucción, le suplimos la materia prima y, después de que la redacta, la revisamos y le pedimos correcciones. Entre ese ir y venir muchas veces me pregunto si no era más rápido redactarla yo mismo; casi siempre la respuesta objetiva es un “no”, pero de vez en cuando creo —probablemente de forma equivocada— que puedo ganarle a la computadora.
Me parece —hoy— que es un uso lógico de la herramienta: ganamos en generación de notas al mismo tiempo que los redactores se liberan para hacer mejores temas, que sean de mayor satisfacción y orgullo para ellos. Un escenario de ganar-ganar, ¿cierto? Tal vez no siempre.
Un contraargumento podría ser que estamos privando a nuestros periodistas del proceso formativo de redactar esas “notas cortas”. Sé lo molesto que es, como redactor, estar en medio del reporteo o de la escritura de un artículo de largo aliento y que la concentración sea interrumpida por la solicitud de un editor de redactar una pequeña nota de actualidad. Sin embargo, también sé que muchos reportajes grandes nacen de la cobertura de trabajos más chicos; allí germinan las ideas. A la vez me pregunto si la facilidad para hacer tareas chicas o repetitivas erosiona el pensamiento crítico del periodista.
También está la preocupación del reemplazo laboral. O por lo menos de la dificultad de acceder a trabajos de entrada. Me siento con confianza de decir que —por lo menos editorialmente, que es lo que me compete— la IA no está desplazando a ningún periodista de El Financiero. Incluso me aventuro a decir que hoy nuestra planilla probablemente sería la misma con o sin inteligencia artificial. A la vez creo que no está frenando nuevas contrataciones. ¿Pero podría frenarlas en el futuro? Quiero creer que no.
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Todavía mantengo el optimismo de que la IA es una herramienta potenciadora, no reemplazadora. Aún si aumenta la adopción de IA en los medios de comunicación, se necesitan personas que den las instrucciones. Esas personas, además, deben ser profesionales de calidad. Soy de los que consideran que la IA generativa solo es tan buena como la persona que gira las órdenes.
Sin embargo, también entiendo que podría estar pecando de ingenuo. Muchos —en general, no hablo solo de mi gremio— tendrán la tentación de destruir plazas si tienen la percepción de que les será más barato apostar por la IA en lugar de personas.
El director de Oportunidades Económicas de LinkedIn, Ameesh Raman, recientemente escribió para el New York Times sobre cómo las IA podrían reemplazar las tareas de habilidades básicas de los puestos junior. No hay que ser un escéptico de las nuevas tecnologías para saber que existe el riesgo de que esto dificulte a los jóvenes subir la escalera corporativa: ya cambió lo que habitualmente se necesitaba de ellos.
Otro dilema es que hoy creo que son los periodistas humanos los que tienen el potencial de hacer los temas grandes que requieren de más análisis, pensamiento crítico, contraste, interpretación y —a riesgo de sonar ambiguo— humanidad. ¿Pero será siempre así? ¿Qué va a pasar cuando la IA sea la que pueda hacer mejor ese trabajo? ¿Será que en serio lo podrá hacer mejor en algún momento? ¿Será que ya lo puede hacer mejor? ¿Si lo hace mejor, lo correcto será que nos reemplace?
Hay una frase que leí una vez en Internet —lastimosamente no recuerdo la fuente— que decía algo así como: yo quiero que la IA haga mis quehaceres domésticos para que yo me dedique a crear —era un contexto artístico—, no que la IA se dedique a crear para que yo haga mis quehaceres domésticos. Al día de hoy me suscribo a esa idea. No sé si quiero un futuro donde los grandes reportajes no vengan firmados por una persona. También hay que ser realistas: esa persona probablemente se apoyará en la IA como una herramienta más para hacer el reportaje.
Hoy mantengo que la IA no puede sustituir al periodismo crítico y comprometido que realiza un buen profesional desde su teclado: el ‘colmillo’, la criticidad y el análisis profundo —tan importantes para nuestras democracias en una era donde abunda la desinformación— no son características que se puedan suplir con una máquina y es importante llevar esa certeza a cada profesional, desde las redacciones hasta las aulas universitarias en las que se están formando los colegas que nos acompañarán en esta en el futuro.
¿Pero podré decir eso mismo cuando la IA dependa de cada vez menos personas para crear obras de calidad? Mi ego y mi fascinación por la imperfección humana me dicen que sí, pero el mundo es más pragmático que eso y es probable que pierda la batalla ante argumentos de peso.
Sí considero que existe una línea que la creación de contenido con IA no debe cruzar, pero, para mi propia frustración y la del lector, no sé cuál es ni dónde está. De lo que sí estoy seguro es que la única forma de encontrarla es hacernos preguntas incómodas cada vez que usamos una inteligencia artificial, por más que ya las hayamos contestado antes.
La tecnología siempre es cambiante y, por ende, las respuestas que nos demos sobre ella también lo deben ser. Lo que hoy nos parece un uso razonable y benigno de la IA, quizás mañana no lo sea. También funciona en la otra dirección. De ahí la importancia de aplicar la duda y el pensamiento crítico; pilares de un periodismo que no es servil. La manera más fácil de cruzar la línea sin darnos cuenta es no cuestionarnos a diario dónde está. Por eso me esfuerzo —con mayor o menor éxito— en que el uso de la IA en nuestra labor sea siempre un dilema, aún cuando la adopto.
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El autor es editor en ‘El Financiero’.