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El Grupo Biorgánica nació en 2010 y hace ocho meses contactaron al centro de incubación de la Universidad Nacional, UNA-Incuba, para obtener ayuda en varias áreas del negocio y así potenciar la línea de desinfectantes orgánicos y posesionarse en el mercado de productos verdes.
Cuando la creó, su fundador Juan José Ramírez Aguilar, microbiológio y botánico de profesión, llevaba ya 30 años dedicado a la investigación de productos naturales para tratar ciertos tipos de bacterias, evitando tener que recurrir a químicos que impacten negativamente el medio ambiente.
Las investigaciones las realizó junto con su esposa, Ruth Borloz Montero. Ambos llamaron a Adán Alvarado Victoria, un empresario y abogado de origen panameño residente en Costa Rica, para que les ayudara a desarrollar la compañía.
Pero Ramírez falleció en el 2011 y hubo que hacer una pausa para decidir si seguirían adelante.
En ese momento la empresas tenía dos productos: un desinfectante antibacterial orgánico que se aplica sobre superficies en casas o industrias y que elimina prácticamente el 100% de las bacterias; y desinfectante removedor para limpiar lavatorios y pisos de cerámica de la mugre, ambos biodegradables y sin efectos en aguas residuales o en los lodos en los tanques sépticos, en tres presentaciones (limón, floral o manzana) y sin olor, algo recomendado en la industria alimentaria.
“El resultado fue muy interesante porque se logró comprobar que no es necesario utilizar químicos ni cloros ni sales para controlar las bacterias que vienen del ambiente”, afirmó Alvarado, que se hizo cargo de la gerencia de operaciones.
También tenía clientes interesados en comprarles el produco, pues requerían este tipo de desinfectantes o removedores orgánicos para lograr las certificaciones exigidas en sus industrias y para sus exportaciones.
Además, Grupo Biorgánica contaba con los permisos de salud y los del Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa), así como la maquinaria para producir, en una planta en Cartago, y la oficina en Paso Ancho, las investigadores y los productos.
Y ofrecía un valor agregado claramente diferenciable: un producto orgánico, sin químicos, que evita la contaminación de las personas y el ambiente, cumpliendo con las exigencias de bioseguridad de organismos como la Food & Drug Administration (FDA), el departamento de Estados Unidos encargado de control y permisos para este tipo de productos.
En el haber de la empresa también está la capacidad para desarrollar otras líneas de productos orgánicos.
Prácticamente tenían todo lo que se necesitaba para el negocio, por lo que Borloz decidió continuar, dice Alvarado.
Un día asistieron a una feria y recogieron información de todas las instituciones y bancos que ofrecían asistencia a las pequeñas empresas. Fue hace ocho meses.
Las carencias eran en el plano administrativo, las cuales empezaron a revisar con los asesores de UNA-Incuba.
“Nos faltaban algunos procedimientos. En la parte legal, en la inscripción de productos y de patentización de marcas”, responde Alvarado. “También el diseño de la imagen corporativa y la parte financiera para encontrar el punto de equilibrio. Eran temas que no estábamos manejando como se requiere”.
Se dieron cuenta que en el proceso con el centro de incubación iban a solidificar las bases para luego empezar el crecimiento.
“Ya contábamos con todo. Pero faltaba la otra parte, porque esto es un proceso integral. No queríamos que nos pasara lo que les ocurre al 60% de las empresas que inician muy bien y luego decaen”.
Participaron en charlas, conferencias, cursos y ferias, donde la tónica fue el paulatino acercamiento de diferentes personas interesadas en los productos.
“Teníamos 12 clientes y hemos crecido a 26. Hay otros nuevos con los que nos hace falta ponernos de acuerdo sobre si hacen la compra de productos y ellos se encargan de aplicarlo, o si desean todo el outsourcing. También tenemos un prospecto de negocio en Honduras”, dice Alvarado.
Con la incubadora fueron atendido las diferentes áreas.
Se dieron cuenta que el nombre lo estaba usando otra empresa y que debían resolver el problema de propiedad intelectual para cerrar los portillos.
En lo financiero revisaron los costos, a sabiendas que una reducción del precio beneficiaba a los clientes y, por supuesto, eso les era atractivo.
En la imagen corporativa tenían una etiqueta muy sencilla. Realizaron un rediseño de la presentación de los productos, más formal e integral, lo que les dio nuevas proyecciones.
El respaldo de la incubadora, de paso, le dio confianza a los clientes. “La gente se nos acerca y nos pregunta qué es lo que estamos haciendo”.
En la actualidad trabajan en la definición del plan de negocio para comercializar en forma masiva, para exportar y para desarrollar otras líneas. El plan también podría ser la palanca para obtener el respaldo financiero requerido para esa expansión.
Alvarado dice que ahora saben cuánto se dura en registrar un nuevo producto y todo lo que se debe hacer para tenerlo listo con el objetivo de ir al mercado internacional.
“Somos cuatro personas en la empresa, pero ninguno tenemos por profesión los negocios”, explica. “Con la asesoría vamos de la mano para ofrecer el producto que la gente necesita, a buscar soluciones y a atender los contactos. Pero somos nosotros los que debemos llegar al mercado. La incubadora nos ayuda a aprender a pescar”.