Durante décadas, la estabilidad política, la paz social y el talento humano han sido los pilares que distinguen a Costa Rica; sin embargo, el mundo actual se mueve a un ritmo distinto: la innovación y el emprendimiento de alto impacto son los nuevos motores del desarrollo. Si aspiramos a una Costa Rica próspera y sostenible hacia 2030, debemos atrevernos a evolucionar de país estable a país innovador, y dar el salto que definirá nuestro futuro.
El potencial existe. Contamos con profesionales creativos, universidades de calidad y una sólida base de valores ambientales y sociales. No obstante, ese talento no siempre encuentra un entorno propicio para transformarse en oportunidades. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Costa Rica se ubica entre los ecosistemas emprendedores menos desarrollados del bloque, con un desempeño inferior al promedio en acceso a financiamiento, infraestructura de apoyo y coherencia en las políticas públicas; la brecha no es de ideas, sino de articulación y visión estratégica.
El acceso al financiamiento continúa siendo uno de los principales cuellos de botella: los bancos son reticentes a asumir riesgos lo que restringe el crecimiento de nuevas empresas, mientras el capital de riesgo sigue siendo escaso y poco accesible. A esto se suma una infraestructura de incubación y aceleración débil, donde muchos programas carecen de acompañamiento especializado, redes de mentores y vínculos con inversionistas. En lugar de un sistema articulado que impulse el crecimiento, persisten esfuerzos fragmentados que diluyen el impacto.
A este panorama se suma un reto cultural, en Costa Rica aún prevalece la preferencia por la estabilidad laboral y la aversión al riesgo, lo que ha dificultado consolidar una verdadera cultura emprendedora; mientras en otros países el emprendimiento dinámico florece en diversos estratos sociales en el nuestro proviene principalmente de la clase media, con poco capital social y redes de apoyo limitadas. Además, el sistema educativo sigue privilegiando la formación para el empleo antes que para la creación de empresas, y rara vez integra la innovación, la creatividad o el pensamiento disruptivo como competencias esenciales.
El informe del Banco Interamericano de Desarrollo “El Ecosistema de Emprendimiento Dinámico de Costa Rica” advierte sobre un mercado delgado —un thin market—, con baja creación de empresas dinámicas, escasez de inversionistas ángeles y capital temprano, y fragmentación entre incubadoras y aceleradoras. Todo ello evidencia la necesidad de avanzar hacia una estructura institucional más robusta, con gobernanza clara y una estrategia nacional de innovación y emprendimiento.
Transformar este panorama requiere mucho más que programas aislados o fondos temporales, supone construir una arquitectura institucional que promueva la colaboración entre gobierno, academia, empresa y sociedad civil. El gobierno debe generar condiciones habilitantes y un marco regulatorio que incentive la innovación; la academia, formar talento con pensamiento crítico y espíritu emprendedor; el sector privado, impulsar la innovación abierta y asumir riesgos estratégicos; y las organizaciones del ecosistema, conectar redes, conocimiento y oportunidades. Solo mediante esta alianza podremos convertir la creatividad en impacto y el talento en crecimiento sostenible.
El liderazgo político y empresarial será crucial, pero también la confianza en el talento costarricense, las ideas que nacen en los laboratorios, en las universidades y en los territorios deben encontrar un sistema que las escuche, las apoye y las haga escalar. Si logramos articular esos esfuerzos bajo una visión común, podremos transformar el potencial dormido en resultados tangibles: más empleos de calidad, mayor productividad y una economía más resiliente y diversa.

Costa Rica necesita un salto institucional y cultural que coloque la innovación en el centro de su modelo de desarrollo. Apostar por el emprendimiento innovador no solo impulsa la competitividad, sino que también contribuye a reducir la desigualdad, diversificar la economía y acelerar la transición hacia modelos productivos sostenibles.
Nuestra historia demuestra que cuando combinamos visión con acción, somos capaces de convertir los desafíos en oportunidades; hoy más que nunca, esa convicción debe guiarnos para construir un país que no solo mantenga su estabilidad, sino que innove, arriesgue y se reinvente para asegurar el bienestar de las próximas generaciones.
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El autor es el director ejecutivo de la Fundación Crusa.