A l preguntar la periodista Mónica Cordero Sancho al estudiante Christian Madrigal, de 20 años, del Instituto Tecnológico de Costa Rica(TEC), qué espera al concluir sus estudios en esta institución, respondió: “Espero muchos retos y oportunidades. Me veo iniciando la siguiente revolución industrial. Tengo muy altas expectativas”. Este joven estudia ingeniería en materiales y aspira a ser técnico en nanotecnología.
Sobre sus expectativas afirma que el miedo, que atenaza a algunos, a él no lo turba ni apoca, pues sueña con desarrollar proyectos que vinculen el área de energía con el desarrollo de nuevos materiales. Con un grupo de compañeros, está diseñando su propia empresa y está convencido de surgir y hacer mercado en un área poco conocida en el país (la nanotecnología). Esta respuesta justifica, por su contenido, la creación del TEC. No es la reacción del estudiante rutinario o acomodaticio, que aspira a “tener” un título para “ganar plata”, sino la de quien asume su compromiso académico y social con visión propia y nacional, creativa e innovadora, como partícipe y actor de la siguiente revolución industrial.
Una entidad académica o tecnológica es lo que son sus estudiantes y sus profesores, su razón de ser. Este sentido de excelencia, científico y ético, mantenido por 40 años, desde su fundación o creación legal, en 1971, le ha conferido al TEC prestigio nacional e internacional, desde que los diputados cartagineses, Fernando Guzmán Mata y Jorge Luis Villanueva, depositaron el proyecto en la Asamblea Legislativa. El presidente José Figueres, al estampar su firma en su ley consagratoria, dijo: “El TEC no debe ser una simple fábrica de títulos”. Bien sabía don Pepe lo que decía y el temor que lo acuciaba. La cantidad, esto es, la ausencia de alma y de valores, de contenido específico, de investigación y de docencia fundadas en la realidad y en las necesidades del país, capaces de mantener y aquilatar los más altos ideales del humanismo, armonizados con la ciencia y la tecnología, han traído consigo el decaimiento de muchas instituciones educativas.
El TEC contribuyó al proceso de industrialización del país. Echó a andar con menos de 100 estudiantes que hoy se aproximan a los 10.000 con carreras novedosas, como Ingeniería en Computación, Ingeniería en Biotecnología e Ingeniería Mecatrónica. Su futuro está diseñado no solo en las mentes de sus dirigentes, sino en el clamor diario, expuesto en diversos informes y en la prensa profesional, por el largo camino que aún nos falta por recorrer.
Desde la reforma de la enseñanza primaria y secundaria en el campo de la ciencia y la lucha contra la desigualdad educativa, que afecta a los sectores más pobres del país, hasta las crecientes demandas para conquistar puestos más honrosos en el duro fragor de la competitividad, en el orden de la ciencia y la investigación, nuestro país enfrenta desafíos de todo orden. El TEC representa la conquista de una cima, pero faltan todavía otras cumbres para abrir con paso franco las puertas del primer mundo y para que nuevas legiones de estudiantes disfruten de esta gran revolución de la ciencia y la tecnología en la que nuestro país está llamado a hablar con voz propia.
El camino de la ciencia y de la tecnología es tan maravilloso y tan urgido de obreros y de talentos que se impone una auténtica revolución para ponernos al día.