El mercado laboral es una de las piezas clave del engranaje que mueve el desarrollo económico y social. Ahí se juega, al mismo tiempo, la productividad de las empresas y las condiciones de vida de las personas, a través de los salarios y del acceso a la seguridad social.
En teoría, cuando la productividad aumenta, los salarios deberían acompañar ese crecimiento para que parte de las ganancias de eficiencia se repartan entre quienes trabajan, sin importar su ocupación. En la práctica, la relación entre productividad y remuneraciones es mucho menos lineal y los beneficios se concentran en ciertos grupos, con efectos que van más allá de la hoja de cálculo.
Los reportajes de El Financiero sobre niveles y distribución de las remuneraciones en Costa Rica ponen sobre la mesa varios rasgos estructurales que afectan no solo la calidad de vida, sino también a la macroeconomía misma. La mitad de las personas asalariadas recibe ¢540.000 o menos al mes. Con ese ingreso, un hogar urbano promedio de cuatro personas apenas cubre la canasta básica, con muy poco margen para ahorrar, estudiar, comprar vivienda o enfrentar una enfermedad o pérdida de empleo.
Las brechas en los extremos del mercado laboral son aún más elocuentes. El análisis de El Financiero estima en unas 1.243 las personas con salarios superiores a ¢10 millones, frente a aproximadamente 139.000 trabajadores que no sobrepasan los ¢200.000. Si se compara con el salario mediano, este pequeño grupo de mayores ingresos gana, al menos, 18,5 veces el salario mediano.
Es razonable que exista diversidad salarial: no todas las personas tienen la misma formación, experiencia o responsabilidades. El problema no es que haya diferencias, sino que estas se ensanchen con el tiempo, dejando a un porcentaje muy elevado de la población con remuneraciones poco dinámicas.
La evidencia es clara: la desigualdad elevada no solo daña el tejido social, también perjudica el crecimiento. Estudios para países de la OCDE estiman entre ocho y diez puntos menos de crecimiento acumulado debido a que la desigualdad frena la inversión en educación (capital humano subóptimo) en los hogares de menores ingresos, minando la productividad futura. Esta advertencia es crítica para Costa Rica, que con un coeficiente de Gini estancado alrededor de 0,50 se mantiene como uno de los países más desiguales del bloque, limitando su propio potencial de desarrollo. Además, una muy elevada concentración del ingreso debilita la demanda interna que podría ser más vigorosa en caso de contar con más recursos en sus manos.
Recordemos que una parte importante de la economía del país es impulsada por la dinámica de los hogares. En otras palabras, son los negocios de bienes y servicios para la población los que terminan por activarse en este ciclo; un movimiento que genera una espiral de creación de empleos.
Y los costos no terminan ahí. La desigualdad es un factor conocido de inseguridad ciudadana y esto encarece la operación de empresas y hogares e introduce un malestar silencioso: la sensación de que se trabaja mucho, pero los frutos nunca llegan. La convivencia cotidiana entre quienes acceden a múltiples bienes y servicios y quienes apenas logran cubrir lo básico erosiona la cohesión social y la confianza democrática. Ese caldo de cultivo alimenta discursos populistas que prometen soluciones rápidas y violatorias de derechos a problemas profundos.
Podemos sumar a esa lista de implicaciones la segregación social que se produce por las disparidades en los ingresos, las cuales están ligadas al deterioro de servicios públicos. Son los sectores con más recursos los que tienen las mayores posibilidades para exigir una mayor calidad.
Si Costa Rica aspira a un crecimiento sostenido y de largo plazo, la desigualdad salarial no puede seguir considerándose una externalidad inevitable. Este desafío debe situarse en el centro de la agenda económica, no solo por justicia social, sino como una estrategia indispensable para blindar el capital humano, reactivar la movilidad social y garantizar que el desarrollo no deje rezagada a la base de la pirámide productiva.