El único oficio de Daniel Ortega ha sido el de las pistolas. La vocación de Luis Guillermo Solís ha sido la enseñanza y los libros.
El encuentro entre las dos mentalidades produjo fricción con ocasión de la cumbre de la Celac.
El pistolero vino con matonismos, rodeado de su mujer y su hijo, pidió silla de primera fila para su esposa y el hijo fue acreditado como asesor, dentro de la mejor tradición del somocismo. El nepotismo no es monopolio de la derecha.
Insatisfecho con su show familiar, engañó a nuestra Cancillería presentando como nicaragüenses a ciudadanos de Puerto Rico, para solicitar luego que hablaran en representación de un pequeño partido independentista.
Ante el llamado a observar los procedimientos, increpó fuertemente a Solís tratando de presentarlo como un instrumento yanqui. Dichosamente nuestro Presidente fue firme y evadió la confrontación, buscando salvar la reunión. El profesor transmite y argumenta, el pistolero asalta y destruye.
Pero el desborde orteguista continuó. El autoritario dirigente norteño quiso persistir en su asalto infantil contra el imperio y dejar como representante de Nicaragua a un político puertorriqueño.
Solís no se prestó a un juego que persigue sustituir a Cuba con Puerto Rico en el imaginario de la izquierda latinoamericana.
La última reunión presidencial privada tuvo que ser cancelada, porque alguien sin representación ciudadana era inducido a participar.
Rafael Correa respaldó a nuestro Presidente, pues comprendió que en futuros encuentros este mecanismo facilitaría que gobiernos en conflicto dieran acceso a opositores de sus adversarios, creando así gérmenes de división.
Decepcionado, el pistolero se fue para su casa a seguir centralizando un poder familiar, fundado en autoritarismo y manipulación.
Mejor no hubiera venido con sus desplantes, aunque estos mostraron su verdadera naturaleza: familismo, arbitrariedad, rencor y confrontación.