He leído sobre una nueva ley de inversión extranjera en un país del Caribe.
Los defensores del proteccionismo y del nacionalismo económico estarán profundamente asustados.
Un órgano de comunicación de la juventud oficialista informa sobre la aprobación de inversión extranjera en todos los sectores, salvo en salud, educación y las fuerzas armadas.
Los jerarcas políticos afirman que el capital foráneo contribuye eficazmente al desarrollo económico por medio de la importación de tecnología y acceso a nuevos mercados que permiten la inserción en las cadenas de valor internacionales, la generación de nuevas fuentes de empleo y la importación de métodos gerenciales.
Mientras algunos costarricenses predican el aislacionismo, en este caribeño país se habla de otorgar plena protección y seguridad jurídica al capital extranjero, hasta el punto de admitir árbitros que convengan a ambas partes. Imagino la alharaca de algunos por el pecado mortal de renunciar a los tribunales nacionales.
Los reformistas caribeños admiten la exploración de recursos naturales no renovables... Pienso en la marea ambientalista que caería sobre los promotores de tal iniciativa en Costa Rica, máxime que la nueva legislación de este país admite empresas de capital totalmente extranjero.
El escándalo sería aún mayor si al examinar esta ley constataran que contempla un régimen especial de tributación y bonificaciones de impuestos de hasta el 50%.
Los sindicalistas se horrorizarían al saber que el capital brasileño ha invertido $1.000 en un nuevo puerto, que incluye una diabólica zona franca.
Pues bien, resulta que el país que comete todos estos pecados es Cuba con su nueva ley de inversión extranjera. ¿Será acaso Raúl Castro un perverso neoliberal que vende a su país? ¿No será que los cubanos, como los chinos, se dieron cuenta de que un país deficitario en capital y tecnología no puede proveer el bienestar de su población?