
Cambridge. La inflación –sus causas y su conexión con la política monetaria y las crisis financieras– fue el tema de la conferencia internacional de banqueros centrales y académicos de este año en Jackson Hole, Wyoming. Pero, si bien el deseo de los responsables de las políticas económicas de estar preparados para potenciales riesgos futuros que afecten la estabilidad de precios es entendible, no colocaron estos temores en el contexto de los recientes desarrollos inflacionarios a nivel global, o dentro de una perspectiva histórica.
Para los 189 países sobre los cuales hay datos disponibles, la inflación mediana para 2015 está apenas por debajo del 2%, levemente menos que en 2014 y, en la mayoría de los casos, es inferior a las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Perspectiva Económica Mundial de abril. La inflación en casi la mitad de todos los países (avanzados y emergentes, grandes y pequeños) hoy está en 2% o por debajo de ese nivel (la manera en que la mayoría de los banqueros centrales definen la estabilidad de precios).
A la otra mitad, en general, no le está yendo mal tampoco. En el período tras los shocks petroleros de la década de 1970 hasta comienzos de la década de 1980, casi dos tercios de los países registraban tasas de inflación superiores al 10%. Según los últimos datos, que llegan hasta julio o agosto para la mayoría de los países, hay “solamente” 14 casos de inflación alta. Venezuela (que no ha publicado estadísticas oficiales sobre la inflación este año) y Argentina (que no ha difundido datos confiables sobre la inflación por varios años) ocupan un lugar prominente en este grupo. Irán, Rusia, Siria, Ucrania y un puñado de países africanos conforman el resto.

El porcentaje de países que registran una deflación absoluta en los precios al consumidor es superior en 2015 que el de los países que experimentan una inflación de dos dígitos (7% del total). Más allá de las sorpresas desagradables que puedan presentarse en el futuro, el entorno inflacionario global es el más contenido desde comienzos de la década de 1960.
En verdad, el riesgo para la economía mundial, realmente, es proclive a la deflación para las 23 economías avanzadas en la muestra, inclusive ocho años después del estallido de la crisis financiera global. Para este grupo, la tasa de inflación mediana es de 0,2%, la más baja desde 1933. La única economía avanzada con una tasa de inflación superior al 2% es Islandia (donde la lectura de los últimos 12 meses es de 2,2%).
Si bien no sabemos qué podría haber sucedido si las políticas hubieran sido diferentes, es fácil pensar que, sin un alivio cuantitativo en Estados Unidos, Europa y Japón, esas economías habrían quedado atrapadas en un paisaje deflacionario poscrisis similar a la de la década de 1930. A comienzos de aquella década terrible, la deflación se convirtió en una realidad para casi todos los países y para todas las economías avanzadas. En los últimos dos años, por lo menos, seis de las economías avanzadas (y hasta ocho) han tenido que lidiar con un contexto de deflación.
Una caída de los precios implica un alza en el valor real de las deudas existentes y un incremento de la carga de servicio de deuda, debido a tasas de interés reales más altas. En consecuencia, los incumplimientos de pago, las quiebras y una caída económica se tornan más probables, lo que ejerce una mayor presión bajista sobre los precios.
La advertencia profética de Irving Fisher en 1933 sobre una espiral de deuda-deflación de este tipo resuena hoy de manera contundente, teniendo en cuenta que los niveles de deuda pública y privada están en máximos históricos, o muy cerca, en muchos países. Particularmente instructiva es la caída de precios del 2,2% en Grecia para los 12 meses que acabaron en julio, el ejemplo más severo de una deflación en curso en los países avanzados y contraproducente para una solución ordenada para los problemas del país.
Las tasas de inflación medianas para las economías de mercados emergentes y en desarrollo, que estuvieron en dos dígitos hasta mediados de la década de 1990, hoy rondan el 2,5% y están cayendo. Los marcados descensos de los precios del petróleo y las materias primas durante el último superciclo han ayudado a mitigar las presiones inflacionarias, mientras que la desaceleración generalizada de la actividad económica en el mundo emergente también puede haber contribuido.
Riesgo latente
Sin embargo, es demasiado pronto para concluir que la inflación es un problema del pasado, porque otros factores externos están operando en la dirección contraria. Como observó Rodrigo Vergara, director del Banco Central de Chile, en sus comentarios preparados en Jackson Hole, las grandes depreciaciones monetarias en muchos mercados emergentes (en especial algunos productores de petróleo y materias primas), desde la primavera de 2013, han estado asociadas a un incremento de las presiones inflacionarias frente a mayores brechas de producción.
El análisis presentado por Gita Gopinath, que establece una conexión entre el traspaso de precios a precios que surgen de modificaciones del tipo de cambio y de la moneda en la cual se facturan las operaciones comerciales, habla claramente de esta cuestión. Dado que gran parte del comercio de los países de mercados emergentes se realiza en dólares, una depreciación de la moneda debería incrementar los precios de las importaciones casi en su totalidad.
Al final de cuentas, la Reserva Federal de Estados Unidos basará sus decisiones sobre las tasas de interés principalmente en consideraciones domésticas. Si bien existe un grado de incertidumbre mayor de lo habitual respecto de la magnitud de la brecha de producción de Estados Unidos desde la crisis financiera, existe una ambigüedad comparativamente menor ahora que la inflación interna está controlada. El resto del mundo comparte ese contexto inflacionario benigno.
Mientras la Fed se prepara para su reunión de septiembre, los responsables de sus políticas económicas harían bien en no ignorar lo que se pasó por alto en Jackson Hole: la necesidad de colocar las tendencias internas en un contexto global e histórico. Por ahora, esa perspectiva favorece el gradualismo de las políticas monetarias.