Existen numerosos estilos de liderazgo y paradigmas que procuran reflejar la realidad del cambio organizacional: a continuación resumiré cinco tipos.
El liderazgo transformacional, está centrado en establecer transacciones del líder con los seguidores para obtener resultados que, si no se alcanzan, conllevan algún tipo de penalización.
El liderazgo carismático, es un tipo de magnetismo que atrae y motiva a los seguidores a través del carisma de quien lidera.
El liderazgo de contingencia, es el que se adapta a cada situación, adecuándose al estilo que mejor se ajusta a las necesidades del momento.
El liderazgo transformacional, inspira a los seguidores a alcanzar su máximo potencial, y los anima a superar sus limitaciones.
Finalmente, el liderazgo consciente, se enfoca en la atención plena, la empatía y la ética en la toma de decisiones.
Ahora bien, la mayoría de autores sobre liderazgo apuntan a que el cambio organizacional requiere una combinación entre el liderazgo carismático y el transformacional.
Desde mi perspectiva es un amable cliché, porque se tiende a describir el carisma de un líder como un imán que atrae por su atractivo intrínseco. No obstante, la realidad dista muchas veces de este estereotipo, puesto que también existen líderes que han generado transformaciones radicales en sus organizaciones, e incluso en países, sin ser por ello personas amables, o utilizar métodos socialmente aceptados por todos. Basta mirar países y empresas cuyos líderes han sido “políticamente incorrectos”, o han roto los esquemas tradicionales, pero han logrado resultados excepcionales.
El efecto multiplicador del cambio personal
Cada cambio es como una piedra caída en el lago: la frecuencia e intensidad permite que su alcance sea aún mayor. Indistintamente del tipo de liderazgo, hay quienes sostienen que la única constante es el cambio.
Desafortunadamente, así es: la sociedad actual ofrece poco espacio a la reflexión, a la tranquilidad, a la serenidad. Vivimos en una vorágine que nos arrastra, como en una especie de inercia, la cual nos limita disfrutar, vivir el momento, y ser más felices. Ahora bien, esa mentalidad de cambio constante puede ser canalizada hacia dimensiones más fundamentales de la vida. Visto incluso desde un plano personal –afectivo y social, no solo profesional–, trabajar y tener al lado personas que sean de gran calidad humana, nos ayudará a crecer como individuos. Tener cerca mentores, amigos, buenos compañeros de deporte, entre muchos otros; supondrán un cambio en beneficio nuestro y de quienes nos rodean.
Hay una frase conocida, repetida por muchos, que dice más o menos así: si la mejor persona de mi equipo soy yo, estoy en el lugar equivocado. Existen personas y ambientes que nos ayudarán a sacar la mejor versión de quienes somos. Ese cambio, que tampoco debe ser radical, no solamente puede llevarnos a resultados sostenibles en las diferentes dimensiones de nuestra existencia, sino también a ampliar nuestra perspectiva de la vida.
Debemos tener claro que aparcarnos en nuestro desarrollo personal puede ser nocivo para nosotros y nuestro círculo de influencia. En contraste, la pequeña disconformidad cotidiana, esa que genera pequeños cambios constantes, puede detonar transformaciones aún mayores, en beneficio propio y del bien común.