Una pregunta de tan solo cuatro palabras resume el tema que obsesionaba al dueño de aquella gasolinera ubicada a la orilla de la carretera: “¿Adónde vamos a llegar?”
Era un hombre, corpulento, sudoroso y malhumorado por lo mal que marchaba su negocio debido a las escuálidas finanzas de sus clientes.
“Solo quiero ganar algo. Pero ¿cómo voy a ganar algo si los que paran aquí no tienen con qué pagar y mendigan la gasolina o me la piden a cambio de algo de lo que llevan?”, se lamentaba.
Y entre queja y queja volvía una y otra vez al asunto que lo perturbaba, el cual planteaba ya fuera como afirmación resignada, “no sé adónde vamos a llegar”, o como interrogante desesperada, “¿adónde va a ir a parar esto?”
Desconozco su nombre. Solo puedo decirles que se trata de uno de los personajes secundarios, de aparición apenas fugaz, en la novela Las uvas de la ira, del escritor estadounidense John Steinbeck (1902-1968), publicada por primera vez el 14 de abril de 1939.
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Con esa obra, ambientada en los años de la Gran Depresión de la economía estadounidense (que comenzó en 1929 y se prolongó durante toda la década de los años 30), su autor ganó el Premio Pulitzer en 1940. Veintidós años después a Steinbeck (autor también de Al este del Edén, La perla, De ratones y hombres, Tortilla Flat, El pony colorado y A un dios desconocido, entre otras obras) se le concedió el premio Nobel de Literatura.
Pues bien, resulta que el propietario de la gasolinera insistía tanto con su inquietud que Tom Joad, uno de los protagonistas de esta historia de miseria, incertidumbre y luchas constantes, pierde la paciencia y le reprocha el hecho de repetir aquella cantinela.
“¿Adónde vamos a llegar? Le importa un bledo saberlo (...) Conozco a muchos como usted. No quieren enterarse. No hacen más que repetirse siempre lo mismo, ¿adónde vamos a llegar?”, le dijo Tom.
No sé si a aquel comerciante le importaba o no un bledo la respuesta a aquella interrogante que planteaba como un disco rayado, pero estoy seguro —porque lo escucho a diario— de que a muchos costarricenses sí nos interesa saber “adónde vamos a llegar".
¿Hacia dónde vamos?
¿Cuál es el rumbo del país? ¿Hacia dónde se dirige Costa Rica? ¿Cuál es el norte? ¿Qué sabemos del derrotero? ¿Cuál es nuestro sentido de la dirección? ¿Qué indica el mapa? ¿Está bien calibrada la brújula? ¿Tenemos claro el camino o estamos dando vueltas y vueltas como los israelitas en el desierto antes de llegar a la tierra prometida?
“¿Adónde vamos a llegar” con una clase política que se mueve al son de cálculos, intereses, mezquindades, amenazas y presiones sectoriales y gremiales?
“No sé adónde vamos a llegar” en esta nación tan pequeña pero tan complicada, en donde los proyectos importantes y las decisiones “impostergables” se atoran, encasquillan, embotellan, empolvan, cubren llenan de telarañas y se archivan en el cementerio del exceso de debate.
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“¿Adónde va a ir a parar esto” con gobernantes irresponsables que nos heredan a todos los ciudadanos retórica hueca, una colección de disfraces, una antología de selfies, una chanchita llamada Daniela, un informe de “labores” de 50.000 páginas y un faltante de ¢600.000 millones en el Presupuesto del 2018?
“No sé adónde vamos a llegar” con “autoridades” cínicas e intocables que no dan la cara —mucho menos, un buen ejemplo— ante cuestionamientos graves y en lugar de ello se jubilan con pensiones de lujo.
“¿Adónde vamos a llegar” con una economía desacelerada, un desempleo que se ensaña contra muchos hogares, una morosidad que aumenta en más de la mitad de los bancos, una deuda con tarjetas de crédito que se duplicó en ocho años, una incertidumbre que obliga a muchas empresas a frenar inversiones, una menor recaudación de impuestos, familias que tienen que hacer milagros y malabares para darles a sus hijos una educación de calidad?
“No sé adónde vamos a llegar” cuando las agencias internacionales que califican la solvencia financiera de los países para honrar sus deudas le digan al mundo que no hay que invertir en Costa Rica ni prestarle dinero porque esta nación es mala paga.
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Como dice Casy, otro personaje de la novela de Steinbeck: “Todo el mundo se pregunta lo mismo, que adónde vamos a llegar. Y a mí me parece que no vamos a llegar a ninguna parte. Vamos a estar siempre en camino. Yendo hacia algún lado (...) La gente se enoja hasta pelearse porque está dolida”.
Cada vez que pienso en estos temas, Las uvas de la ira se transforman en Las dudas de la ira.
Indigna, preocupa, encoleriza, duele ver lo que le estamos haciendo a Costa Rica.
¿Será mucho pedir que nuestros políticos reaccionen y eviten que los costarricenses pasemos por un infierno con tormentos parecidos a los que sufrieron los personajes de Las uvas de la ira?
Adónde vamos a llegar...