La noche del 9 agosto de 1884, la ciudad de San José vivió un hecho histórico. Por primera vez, bombillas iluminaron algunas calles de nuestra capital gracias a la electricidad. Testigos de un milagro tecnológico, nuestros abuelos no podían dimensionar el cambio que se estaba desencadenando: un futuro de industrias, comunicaciones globales, medicina avanzada y hogares completamente transformados. La electricidad dejó de ser una curiosidad para convertirse en el sistema nervioso de la civilización moderna.
Hoy, en 2025, nos encontramos en un umbral de similar magnitud. Una nueva forma de “luz” comienza a iluminar todos los rincones de nuestra existencia: la inteligencia artificial. Como hemos desgranado a lo largo de esta edición especial de El Financiero, no hablamos de una promesa lejana ni de una fantasía de ciencia ficción. Es una fuerza transformadora que ya está redibujando fronteras en la medicina, la educación, la banca, el mercadeo… Ningún campo es ajeno a su influencia. Estamos en los albores de una revolución.
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Pero toda luz potente proyecta también grandes sombras que no podemos ignorar. El primer reto es paradójico: esta revolución digital se alimenta de un insaciable apetito por la electricidad que la hizo posible. Los centros de datos que entrenan y operan los modelos de IA consumen cantidades ingentes de energía y, en un planeta que lucha desesperadamente contra el cambio climático, debemos tenerlo claro. Si bien Costa Rica se enorgullece de su matriz eléctrica con un alto porcentaje generado con fuentes renovables, buena parte de la infraestructura global de IA se nutre de combustibles contaminantes, añadiendo una presión a nuestro ya frágil ecosistema. El progreso no debería llegar a costa de seguir degradando nuestro hogar planetario y la falta de políticas mundiales para impulsar la energía limpia con más fuerza desde hace años nos está empezando a pasar una factura importante.
La segunda sombra es, si cabe, más cercana y palpable: el temor al desplazamiento laboral y al aumento de la desigualdad. En una nación como la nuestra, donde la brecha entre ricos y pobres es una herida ya profunda, la perspectiva de que la automatización inteligente deje obsoletas profesiones enteras es un motivo de legítima ansiedad. La pregunta que debe desvelarnos no es si la IA puede hacer el trabajo de un contador, un diseñador, un analista o un periodista, sino cómo garantizaremos que los beneficios de esta monumental eficiencia se redistribuyan de manera justa y no se concentren en pocas manos y cómo las personas van a reconvertirse para seguir desarrollando su vocación.
Frente a este panorama de luces y sombras, la peor respuesta es la parálisis o el miedo. Refugiarse en la nostalgia es renunciar al futuro. La historia nos enseña que el progreso tecnológico es una marea imparable. Nuestra única elección es aprender a navegar la IA o ser arrastrados por ella. Debemos afrontar esta nueva era con la misma energía y espíritu pionero que aquellos costarricenses de 1884. Esto exige una acción decidida y multifacética: invertir masivamente en la reconversión profesional de nuestra fuerza laboral, adaptar nuestros sistemas educativos para fomentar habilidades que la IA no pueda replicar —como el pensamiento crítico, la creatividad y la inteligencia emocional— y, además, establecer marcos éticos y regulatorios que pongan esta poderosa herramienta al servicio del bien común.
Debemos evitar esa parálisis y enfocarnos en la acción desde cualquier posición o nivel: profesional liberal, altos mandos, trabajadores operativos o empresariado. Todos debemos educarnos, aprender y dominar a la IA como la nueva gran herramienta de trabajo y eso implica dedicarle tiempo. Sí, en su empresa ya debería de haber personas capacitadas para trabajar con la IA.
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El mundo no dejará de evolucionar porque nos cause incertidumbre. Ser testigos y protagonistas de una transformación de esta escala es, en realidad, un privilegio emocionante. Así como aquellos josefinos no podían imaginar nuestro 2025, nosotros apenas podemos vislumbrar el mundo que la IA forjará en las próximas décadas. Nuestra tarea no es predecir ese futuro, sino construirlo. Asegurémonos de que la nueva luz de la inteligencia artificial ilumine un camino de oportunidades, equidad y sostenibilidad para todos los costarricenses, y no solo el reflejo de un progreso deslumbrante pero vacío.