Si el 1 de marzo de este año alguien hubiera dicho la situación que íbamos a estar enfrentado a medio año, seguramente hubiéramos desechado su opinión como alarmista e infundada.
Ya teníamos en este siglo dos experiencias con pandemias globales —el SARS en 2002-2003 y la gripe aviar en 2009—. Su impacto en vidas se mantuvo alrededor 10.000 y 20.000 a nivel mundial, respectivamente, y su impacto en la economía, la inversión y el comercio fueron insignificantes; particularmente la segunda, porque coincidió con la crisis financiera y económica mundial de 2008-2009 que sí causó una severa recesión y posterior desaceleración del crecimiento económico global.
La crisis de COVID-19 nos ha dejado, a la fecha en que esto se escribe, más de diez millones de contagios en todo el mundo y más de medio millón de muertes. En nuestro país ha contagiado a más de 4.000 personas con una tasa de mortalidad muy baja, pero igualmente dolorosa. En nuestro país se ha anunciado que el pico de la pandemia aun está varios meses en el futuro y, como sociedad, debemos prepararnos para convivir con la pandemia, sus brotes, y sus impactos por meses y quizás durante años.
Los alcances de esta pandemia son enormes a nivel de los sectores público y productivo; como lo son sobre el empleo, la informalidad, la pobreza y la incertidumbre que existe respecto al futuro. Los efectos del COVID-19 sobrepasan la capacidad individual de cada uno de los sectores y solo todos juntos, y con ayuda externa, seremos capaces de minimizar los daños que todos inevitablemente sufriremos.
Es por eso que la reactivación inteligente de la economía, sus sectores y sus organizaciones es esencial. Independientemente de lo que ocurra y cuánto dure, es imprescindible conservar los cimientos de nuestra economía productiva, pues conforme la crisis vaya pasando, debemos estar seguros de recuperar la productividad de nuestras organizaciones, de nuestra fuerza laboral, la capacidad de emprender y atraer inversiones.
Esto tiene un componente macro que es conservar la confianza entre sectores, tarea difícil en medio de tanta incertidumbre. Hay que tratar de mantener un clima de negocios propicio para la inversión, sin sobrecargas fiscales, y con recursos tecnológicos, de infraestructura, capital humano y seguridad jurídica a la altura de los tiempos.
También es indispensable la reactivación de las empresas y sectores productivos; su reinvención, un término muchas veces abusado, pero hoy clave para que aquellas organizaciones que son nodos estratégicos de sus cadenas de valor, sistemas empresariales y comunidades se mantengan operativas y con capacidad de crecer apenas el contexto lo permita.
En EF hemos estado documentando, bajo el título de “Historias de Reactivación”, lo que algunas importantes y emblemáticas organizaciones del país han hecho para adaptarse primero y luego reinventarse para enfrentar la pandemia y sus impactos.
Conforme avanza la pandemia; la disponibilidad de recursos, las preferencias y prácticas de los consumidores, y la competencia, exigirán más de cada empresa. Será muy necesario generar empleos —por inversión en nuevas empresas o en las ya existentes—, ser capaces de competir en el mercado local y en los mercados de exportación; aumentar el valor agregado por medio encadenamientos productivos en nuestros principales sectores; y reinventar productos y procesos para mantenerse vigentes en mercados volátiles, cambiantes y exigentes.
En las historias publicadas hemos visto ejemplos de resiliencia basada en el aumento y aplicaciones de tecnología; en compromiso social; en rediseño de procesos; en innovación en productos, servicios y sistemas de entrega; y en general, en una creatividad empresarial que será fundamental para que Costa Rica vuelva a crecer con vigor y desarrolle todo su potencial.
Mucho que hacer en el gobierno, sin duda; pero también mucho trabajo que hacer en cada empresa productiva y sector. La responsabilidad por un futuro de prosperidad la compartimos todos.