A un año de la invasión rusa a Ucrania resulta fácil detenerse en las motivaciones de Putin o en la discusión jurídica sobre el respeto a la soberanía e integridad territorial de los estados, pero la situación es más compleja.
No es posible entender el imperialismo ruso fuera del contexto de la reconfiguración de la política internacional. El canciller alemán se refirió a esta como Zeitenwende, punto de inflexión o cambio de época, que afecta todo el planeta, es una guerra global originada en el desafío ruso al orden mundial.
Algunos se resisten a ver el conflicto como una guerra regional que afecta solamente a Europa y al vecindario de Moscú y la consideran una guerra mundializada. Emmanuel Macron la ha caracterizado: “Esta guerra no es solo de los europeos. Es una guerra neocolonial e imperialista. Produce efectos calamitosos de los cuales Rusia tiene plena responsabilidad. Es una guerra que afecta al mundo entero”
La “amistad sin límites” entre China y Rusia nos hace ver su impacto global sobre el tablero geopolítico. Se habla de Guerra Fría y de la inversión de la tríada estratégica (Rusia-China-Estados Unidos) por el alejamiento chino de Washington y su acercamiento con Moscú, pero aunque las tensiones entre Pekín y los norteamericanos son reales, resulta inapropiado hablar de Guerra Fría, pues no se trata de una contradicción entre dos bloques separados, de naturaleza diferente.
La economía china no está aislada como lo estuvo la economía soviética, sino que es interdependiente de la economía internacional, esa interdependencia ha llevado a China a no tomar una posición clara y a optar por la abstención en las votaciones de la ONU que condenan la invasión rusa.
Las sanciones de la época Trump, mantenidas por Biden, también empujan a China a una cercanía con el imperio eslavo. La naturaleza de la confrontación ha sido definida por Biden como competencia sin conflicto, aunque los misiles de Corea del Norte, las disputas en los mares del Este y del Sur de la China y Taiwan podrían generar confrontaciones.
El contexto internacional multipolar implica el regreso a la rivalidad entre potencias, la disputa pura y dura entre intereses geopolíticos. China y Rusia parten del análisis de un declinar del poderío norteamericano y sobre la necesidad de crearle contrapesos. Los Estados Unidos (EE. UU.) defienden su hegemonía tradicional vistiéndola de confrontación binaria entre autocracias y democracias. Por su parte, los europeos, se han visto empujados a la unidad, pero también a renovar su alianza con los EUA en la OTAN. Empero, detrás de la nueva unidad subsisten diferencias. Los países europeos del Este y los Bálticos, víctimas del imperialismo ruso promueven una posición más dura, frente al llamado a la moderación por parte de Francia y Alemania que no quieren humillar a Rusia. Suecia y Finlandia solicitan ingresar a la OTAN.
El aventurerismo le ha salido mal a Putin, quien pensó que la operación militar terminaría en tres días. La guerra relámpago (Blitzkrieg) se transformó en guerra de desgaste. La resistencia de los ucranianos con el apoyo occidental, ha sido heroica y efectiva en lo militar, frente a un adversario militarmente superior. Las contraofensivas ucranias del pasado otoño, han hecho retroceder al enemigo, aunque no han recuperado la totalidad de su territorio.
El argumento que la invasión a Ucrania se justifica por la expansión de la OTAN se refuta ante el reconocimiento de la independencia de los satélites soviéticos por la Federación Rusa. Las únicas tropas extranjeras en Ucrania son las del Kremlin, en guerra preventiva y de conquista. Resucitar las teorías decimonónicas de las esferas de influencia es legitimar el intento de reconstruir el imperio.
Una OTAN, cuestionada por Trump, se ha revitalizado ante la agresión. Alemania se rearma, Polonia alista sus defensas, fuerzas occidentales se despliegan en los países Bálticos y Estados Unidos ha enviado más tropas a Alemania.
¿Qué sigue ahora?. Tras un año de cruenta guerra. Rusia prepara una contraofensiva para la primavera y los ucranios hacen lo mismo, el final de las hostilidades no está cerca.
Los chinos han presentado un plan de paz que ha sido descartado por los ucranianos, la OTAN y Dmitri Peskov, vocero del Kremlin. El salomónico plan chino contiene elementos favorables a ambos bandos. Por una parte, la mención al respeto a la integridad territorial, afecta negativamente a los rusos; la necesidad de tomar en cuenta las preocupaciones de seguridad favorece la pretensión moscovita de crear una zona de influencia. El abandono de las sanciones unilaterales es una clara referencia a las acciones de los Estados Unidos. El rechazo a la guerra nuclear, un elemento que marca distancias con el belicismo de Putin. Intervenir proponiendo soluciones, revela el interés chino en convertirse en mediadores.
Las futuras negociaciones estarán condicionadas por acuerdos en torno al destino de los territorios ocupados, las futuras relaciones de Ucrania con la OTAN, las garantías de seguridad para una Ucrania independiente, los prisioneros de guerra y los ciudadanos ucranios deportados a territorio ruso. Las reparaciones por los daños causados y la vigencia de las sanciones impuestas a Rusia estarán en la agenda, igualmente los posibles participantes y facilitadores de la negociación.
La fortaleza económica de ambos beligerantes, su capacidad de reclutamiento y sus apoyos internos e internacionales condicionarán asimismo el final de la guerra.
Esta guerra mundializada se inserta en los procesos internos de Estados Unidos y Rusia. Putin no tiene oposición interna, aunque los mercenarios del grupo Wagner señalan errores de los militares rusos, pero el grueso de la población no parece cuestionar la guerra. El respaldo o la neutralidad de China, Irán, India, le permiten evadir la percepción de aislamiento.
Estados Unidos estará condicionado por la polarización interna y por las elecciones que se acercan. Algunos republicanos aislacionistas cuestionan el involucramiento de Biden en una guerra lejana y le piden dedicarse más a la política doméstica, esto podría afectar su compromiso con Kiev.
Después de un año la operación militar especial se ha transformado en guerra mundializada que el Kremlin no gana, el conflicto deteriora la pulsión imperial y el paneslavismo de Putin. Apropiarse de Ucrania con el argumento que los ucranianos son rusos recibe un desmentido en su fiera resistencia. Arguir, con razonamiento pueril, que la guerra preventiva (Bush) se justifica por la necesidad de combatir el nazismo, la decadencia moral de Occidente (homofobia) y hasta el satanismo occidental, dejan al desnudo la mentalidad reaccionaria del nuevo Zar.
Hasta que Putin no se convenza que no puede lograr sus objetivos en el terreno militar la guerra continuará con el saldo de cientos de miles de soldados rusos y ucranianos muertos, la destrucción de infraestructuras y miles de muertes civiles.
El autor es politólogo.
