“No nos quedaba otra que lanzarnos a aguas abiertas sin saber qué va a pasar”, dice Adriana Blanco, propietaria de Sangría Lolina y quien impulsa la iniciativa Latte para unir a emprendedoras que ofrecen diferentes productos gourmet y, en especial, se integran para apoyarse entre unas a otras.
Adriana entrena cuatro días a la semana ejercicios funcionales, pero como esposa, “compañera del amor de mi vida” y mamá enamorada de sus dos hijos reconoce que es capaz de hasta lanzarse a las aguas abiertas pese a que es lo que más miedo le da.
Ella estudió relaciones públicas y mercadeo en la Universidad Latina. Empezó a trabajar en Coca Cola, donde estuvo cinco años en cuentas claves, y luego en Neón Nieto en el área de electromedia como gerente de ventas, por un periodo similar.
En 1997 se casó con Luis Diego Arnesto, quien había estudiado en la Universidad de Costa Rica, y tuvo dos hijos: Diego (nació en 2000) y Julián (en 2003). Cuando Luis Diego empezó a trabajar en una firma multinacional, en el área financiera y que le daba más estabilidad, ambos vieron que era el momento para que ella iniciara su propio negocio.


Adriana, quien vive en Curridabat, siempre había querido tener su propia empresa y en 2004 crea Aba Marketing. Sin nada más que su sueño de ser independiente. La computadora y el escritorio eran prestados o regalados. “Era bienes de difunto”, dice Adriana.
Su padre, Oscar Blanco, incluso rescató un fax de los desechos, lo llevó a un taller para que lo revisaran y lo repararan. Solo había que cambiarle una pieza.
El fax todavía lo tiene guardado, pues en aquellos momentos era el principal medio de comunicación formal para enviar cotizaciones, propuestas y documentos y para recibir confirmaciones de negocios.
Empezó enfocándose en el mercadeo integrado, que es desarrollar proyectos desde el logotipo, la marca, las promociones en punto de venta, los lanzamientos de productos y de campañas, incluyendo la realización de eventos y giras donde se realizaban presentaciones en comercios de las regiones.
“Todo lo que hiciera sonar la caja registradora”, recalca. Un principio aprendido desde su trabajo en Coca Cola.
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A principios de 2020, pese a que ya en el país se sufría la crisis económica y del comercio en particular, la Agencia llegó a tener 16 clientes y 10 personas colaboradoras. Tenía el panel de control lleno con encargos de empresas, en algunos casos con repetición, como en ningún otro año atrás: 11 proyectos contratados y cuatro de ellos ya en ejecución.
En la primera semana de marzo realizó un evento de uno de los clientes con 160 personas de diferentes países de América Latina, en el cual —si bien ya se sabía del avance del covid-19— todos compartían sin inconvenientes y ninguno se enfermó. A las dos semanas se cerraron las fronteras y se decretó el confinamiento.
El impacto fue inmediato: de los cuatro proyectos en ejecución solamente se rescataron dos y porque se pudo darles un nuevo enfoque a la virtualidad, apoyándose en dos influencer y con el reto de llamar la atención de los consumidores cuando toda la población estaba concentrada en las conferencias del gobierno sobre la cantidad de casos y las medidas.
Los otros contratos quedaron en suspenso.
Conforme las actividades se reactivaron hacia mediados de ese año 2020, surgieron algunos compromisos. En una de ellas, en agosto de ese año, contrató a una empresa para realizar una producciones audiovisuales. Adriana tuvo que quitarse la mascarilla para hacer unos pases y se contagió de covid-19. Alguna de las personas ya tenía el virus.
El final del año se cerró con actividades virtuales para varios clientes, incluyendo unas fiestas virtuales en las que se implementaron novedades. También hubo que realizar homenajes a colaboradores de esas empresas que habían fallecido y de los cuales el resto del personal no se había podido despedir.
El 2021, sin embargo, fue apareciendo más duro. En el 2020 las empresas que sostuvieron contratos o actividades de publicidad y mercadeo se ajustaron, pero ya tenían el presupuesto asignado. Aba Marketing logró cerrar con ocho proyectos o contratos cumplidos.
En el nuevo año fueron más reservados en la asignación de recursos para promoverse. Aunque se tiene ocho proyectos, todos son con menos presupuesto. La agencia se mantenía con cinco personas, todas trabajando desde las casas y con un modelo de oficina en un coworking de un par de días.

En marzo de 2021 Adriana vio que tenía que hacer algo más para generar ingresos. Durante el confinamiento y los meses que siguieron, en su casa ella y su esposo Luis Diego realizaron diferentes tipos de comidas, incluyendo paella y risotto, y afinó la práctica y el estilo. Pero la paella tenía sus pros y su contras para venderla de forma express. Había otra opción: la sangría.
Lo mismo que con la paella empezó a hacer sangrías para actividades familiares y con amistades. Un día, ya en la pandemia, una amiga le hizo un pedido de sangría. Se corrió la voz y otras amigas le hicieron más pedidos. Ella tenía la fórmula y, ya para efectos de vender, empezó a perfeccionarla. Se dio cuenta también que debía dar otro paso.
Empezó a explorar con tipos de envases y tuvo que aprender cómo se esterilizan. Por supuesto, en su haber tenía la experiencia y el conocimiento para el mercadeo: creó una marca, una etiqueta y una imagen del producto. Estaba en todas estas tareas cuando en marzo de 2021 le hicieron un pedido de 50 sangrías.
El pedido se lo plantearon un lunes y tenía que entregar el miércoles. Solamente tenía un día para conseguir los envases, para desinfectarlos, para hacer la sangría, para llenar los envases y tener todo listo según lo pactado con el cliente. “No podía decir que no”, dice Adriana. “Es como lanzarse a aguas abiertas y no saber cómo se saldrá”.
La experiencia le mostró sus propias posibilidades en la nueva empresa y también le permitió medir tiempos. También tenía otro desafío personal.
Adriana es fiel creyente de que entre las personas emprendedoras de una zona, de una región o de un país se pueden apoyar. En lugar de comprar materias primas y otros insumos que se importan, se pueden encontrar y adquirir todos los materiales con la calidad que se necesita a otras empresas locales. Esa tendencia es la que dió nombre a su iniciativa: Latte.
Latte significa Local, Auténtico, Trazable, Transparente, Ético y Esencial. Surgió después de la Segunda Guerra Mundial y su propósito es que el 80% o 90% de lo producido localmente se consume también en el mercado local. En Estados Unidos, dice Adriana, da origen a los movimientos de algunas localidades de oponerse a la instalación de grandes cadenas que llevan los productos de afuera.
Es una tendencia basada en la solidaridad que, como la economía circular y los enfoques de mercado en función de la salud y el bienestar, se vieron favorecidas por la pandemia, especialmente entre las nuevas generaciones.
“Quien no entendió que en la pandemia y la solidaridad son fundamentales, no entendió nada”, sostiene ella. “No nos ha tocado vivir guerras, pero la pandemia tiene graves consecuencias, probablemente peores, con muertes, huérfanos, enfermedades y la economía destruida. Como en el turismo cuando estuvo cerrado: ¿qué comían durante esos días, de qué vivieron?”
Le empiezan a presentar historias de mujeres, algunas profesionales, a quienes la pandemia las golpeó, estaban con una situación difícil y, como ella misma, empezaban un negocio con productos gourmet y para generar ingresos en sus hogares. Ahí empieza a integrarlas en su iniciativa de Latte:
Alejandra Ruiz, quien era una chef que tuvo que cerrar un negocio que tenía, y empezó a producir galletas, dips y otros productos como bolas de queso con nueces.
Gabriela Fonseca, publicista, que hace galletas de almendra con caramelo y bolitas de nueces.
Daniela Barahona, administradora de empresas, y quien trabaja en porcelana fría. A ella, Adriana le encarga las cucharas con las que van los envases de sangría.
Fiorella Medrano, administradora de empresas, quien hace mermeladas de higos y de berrys.
Alexandra Stavropulos, docente, que hace brownies.
Lourdes González, administradora de empresas, que hace crocante estilo alemán
Gabriela Morales, diseñadora y administradora de empresas, hace las cajas y trineos en madera de Navidad.
Algunas de ellas habían quedado sin empleo durante la pandemia y otras sufrieron una reducción de la jornada y de su salario. El problema es que, en ambos casos, las necesidades familiares no se reducían. Incluso Alejandra fue chofer colaboradora de Uber y también hacía traslados de personas mayores a citas o donde requirieran.
Cada una tiene su propio negocio y sus propios clientes, se compran entre ellas según los pedidos que reciban y se apoyan mutuamente. “La pandemia ha sido muy desgastante”, dice Adriana. “Hubo que renunciar a muchas cosas. En estos espacios es donde hay que que pensar en los demás”.
Adriana insiste que el apoyo y los encadenamientos permiten hacer ofertas atractivas, en un mercado con mucha competencia. Por ejemplo, se le acercó una muchacha que fabrica productos de cuidado personal, como jabones, cremas y aceites naturales.
Son productos que se pueden combinar con otros de alguna de las emprendedoras para obsequios tanto ahora en Navidad como en las fechas del 14 de febrero, el día del Padre y el día de la Madre, en las que ya piensan..
De hecho ahora para Navidad están con alta demanda, preparando trineos y cajas que rellenan con los diferentes productos. “Son hechos con amor. Además de la calidad de los materiales, este es el ingrediente que hace la diferencia”, insiste Adriana.